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¿Y si mejor bailas despacio?  

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¿Y si mejor bailas despacio?  

Por: Eusebio Ruiz Ruiz.

Recuerdo bien a una colega, cuando en la mesa de trabajo quiso hacer una aportación a lo que se explicaba, quien coordinaba le pidió que no profundizara en el asunto, había que continuar con el programa; la organización y el tiempo importaban más que ahondar en el tema.

Este hecho, solo es una muestra de cómo vamos pasando por la vida; importa la velocidad, el vértigo, y no el profesionalismo y la dedicación en lo que se hace.

El filósofo existencialista Martín Heidegger (1889-1976), cuando escribió sobre la existencia inauténtica, decía que saltamos de una cosa a otra, sin profundizar en ninguna, solo tomamos la superficie, detenerse en algo es considerado como pérdida de tiempo e impedimento para otra novedosa y fugaz experiencia.

Agitado, acelerado, insatisfecho, hastiado, corriendo siempre y sin rumbo, nervioso, sobreexcitado, intolerable, superficial, abrumado por el trabajo, queriendo llegar rápido sin saber a dónde, con el absurdo 24/7 en la cabeza, sin tiempo para lo más importante, con la mentalidad de que el que se sienta pierde, así es el malvivir del hombre actual.

Después de un tiempo -no mucho- la salud pasa la factura: estrés, vacío, depresión, partes del cuerpo que se deterioran o de plano ya dejaron de funcionar, sube o baja la presión, diabetes, problemas con el corazón, ansiedad, insomnio, tensiones, esclavitud al horario… Es entonces cuando entra en escena el médico, el fisioterapeuta, el psicoterapeuta y el psiquiatra.

En fin, aceleramos tanto, que terminamos por estrellarnos, por reventarnos.  En el manuscrito “Collationes Patrum”, citado por Santo Tomás de Aquino en una de sus obras, dice que el ser humano es como un arco que, si siempre está tenso, se rompería pronto. 

En algunas culturas la tortuga es símbolo de longevidad y sabiduría. Vivir siempre acelerando demuestra que a los seres humanos nos falta la sapiencia de la tortuga: Sin prisa, siempre avanzando, siempre paciente.

“Baile lento” fue escrito, al parecer, por una jovencita diagnosticada con cáncer terminal. Si usted es de los que siempre andan con la vida acelerada, haga un alto y lea con atención este poema:

¿Te has parado alguna vez a observar niños en un carrusel?

¿O escuchado el chapoteo de la lluvia en el suelo?

¿Has seguido alguna vez el vuelo irregular de una mariposa?

¿O quedarte mirando al sol en el atardecer?

Mejor afloja el paso.

No bailes tan rápido,
el tiempo es breve,
la música no durará.

¿Vas todo el día a la carrera?

Cuando preguntas ¿Qué tal?
¿Escuchas la respuesta?

Al final del día tumbado en la cama

¿Ya tienes en tu cabeza las próximas cien tareas que tienes que hacer?

Mejor afloja el paso.

¿Le has dicho alguna vez a tu hijo, lo haremos mañana?

Y entre tus prisas, ¿No ver su pena?

¿Has perdido el contacto con alguien alguna vez?

Dejando que una buena amistad se muera,

porque nunca tuviste tiempo para llamar y decir ‘hola’.

Mejor afloja el paso.

Cuando te apresuras para llegar a un lugar,
pierdes media diversión en el camino.

Cuando vas todo el día preocupado y con prisas,

es como un regalo que desechas sin ser abierto.

La vida no es una carrera.
Vete más despacio, te lo ruego.
Escucha la música antes de que se termine la canción.

Termino con las palabras escritas por Michel Quoist en su libro “Triunfo”:

Si conduces siempre el coche con mucha velocidad, cansarás el motor.

Si vives sin cesar bajo presión, tu cuerpo y tu espíritu se gastarán muy pronto.

Si tanto corres, no encontrarás a nadie y lo que es peor no te encontrarás a ti mismo.

Si quieres captar lo más profundo que hay en ti, has de saber detenerte.

Comiendo de pie, digieres mal. Siéntate.

Si discurres corriendo, reflexionas mal. Siéntate.

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