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Para nacer…

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Para nacer…

Para nacer…

Arnoldo Huerta Rincón

“El que quiere nacer tiene que romper un mundo.” Hermann Hesse.

Ese día llovió como nunca, en la ciudad habían pasado doce meses sin una sola lágrima de Dios, el asfalto brillaba al sentirse más seco que el Sahara y los habitantes, aunque estaban acostumbrados a ese clima, se sentían desesperanzados, no sólo por la falta de lluvia, sino también por la ausencia de milagros en su desarrollo social.

Giró su mirada al cielo, esperando una señal del más allá, el mandatario creyó que era el momento de cerrar el puño y tomar una decisión de golpe, una decisión tan dura que podría a costarle parte su proyecto soñado, lo que en sus años de juventud creía que era lo justo, pero un mundo injusto, se confundía. ¿Qué haré señor?, con una duda inmensurable sus ojos veían a todos lados, sin encontrar camino certero. Tenía en sus manos un dictamen que era muy apegado a la política (lo que él creía justo), pero a la vez, totalmente ilegal, por ende, inconstitucional.

Se acercó a su mujer, su mejor y peor consejera y, a la vez, la persona que más amaba en este mundo; le platicó sus temores y pasiones, ella solo se limitó a contestar: siempre he creído en ti. Eso le revolvió el estómago, no le sirvió de nada, al contrario, se sintió más sólo que antes.

Caminó por su patio, fanático de las flores; tenía gardenias, tulipanes, buganvilias y girasoles, como admirador de la cultura sevillana, en especial del poeta Antonio Machado, también tenía un limonero; perderse un poco entre tanta vida colorida lo serenaba. Estando ahí, se sentó en su banca favorita, un mueble de estilo francés, que había comprado en una subasta hace muchos años, al recordarle una similar que tenía Porfirio Díaz, a quién siempre se ha referido con especial admiración y respeto.  

En paz, recordó como durante su juventud y a la fecha lo han descrito sus amigos, también sus adversarios: el libertador, el revolucionario, el rompe cadenas, el echado para adelante; pero esa esencia ya no lo hacía del todo feliz, no lo hacía él mismo, y como resultado, su tranquilidad se alejaba.

Se hartó de darle tantas vueltas al asunto, de sobre analizarse a sí mismo y al problema, tenía que avanzar sabiendo que, en ocasiones, se dan dos pasos para adelante y uno para atrás. Entró a su casa, apresurado cogió el teléfono, siendo su corazón el mejor asesor que tenía en ese momento, llamó a su Secretario Particular y le dijo: sin demora, baja la instrucción.

Al final del día, ya con los efectos colaterales de la decisión tomada, se dio cuenta que no rompió nada, no fragmentó el sistema, no cambió la poesía, ni transformó la vida a los demás, mucho menos la ideológica o la idiosincrasia nacional; sin embargo, caminando en el sendero que lo lleva hacia al final del túnel, se rompió a sí mismo y, con esto, nació un pequeño mundo. 

RECOMENDACIÓN SEMANAL: Libro “El tercer corazón”, del amigo José Ángel Solorio. Una novela fronteriza que, bajo una pluma entretenida y fácil de leer, toca fibras al mostrar el lado humano de una persona ligada al servicio policial y el narcotráfico.

Twitter: @arnhuerta

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