Por: Eusebio Ruiz Ruiz.
Hay espejos deformantes de nuestra imagen, provocan que nos veamos gordos o flacos, altos o chaparros, de cuello y brazos largos, con cuerpo grande y cabeza pequeña o al revés, incluso con la cabeza hacia abajo y los pies hacia arriba, la imagen real se pierde.
La pandemia se ha convertido en un espejo en donde podemos vernos tal y como somos, es fiel, no distorsiona nuestra imagen.
De la noche a la mañana con el pánico en la cabeza se violentaron derechos inalienables de todo ciudadano, ¿la pandemia lo justificaba realmente?, mentiría si le dijera que no tengo dudas al respecto, después de todo los autócratas se nutren con el miedo de los demás.
Me preocupa que bajo otro pretexto se nos manipule utilizando el miedo y la histeria, y lleguemos a perder nuestras libertades y derechos fundamentales, e igual que en esta ocasión no tengamos tiempo ni inteligencia para cuestionar y reaccionar.
En fin, pasará algún tiempo para que mis dudas se desvanezcan y mis preguntas tengan respuestas claras, por lo pronto la pandemia ha permitido mirarnos a nosotros mismos.
Fue fácil decir todos se encierran, la ceguera no permitió ver que el trabajo en casa es para algunos, no para todos, la falta de ingresos y el hambre hace que la gente vuelva a la faena diaria.
El coronavirus ha permitido ver que los bienes y servicios de salud no están al alcance de todos, y que no deben estar sujetos a las leyes del mercado, al menos en situaciones extremas.
Cierto es que en el mundo hay muchos que se dedican a gobernar, pero la pandemia nos deja claro que no hay líderes que puedan unir a la humanidad en una situación de tal magnitud.
Los amantes de la guerra se han dado cuenta que con todo su poderío militar no pueden detener al virus invisible a los ojos de los humanos, ¡que debilidad para quienes con sus armas tienen delirios de omnipotencia! ¡los creadores de armas de destrucción masiva puestos de rodillas ante lo microscópico!
Aunque nos gusta jugar con el tema de la muerte y hasta versos le dedicamos, nos dimos cuenta con que facilidad gran parte de la sociedad sintió pánico ante un virus que podía ocasionar la muerte, que podía marcar el fin de la existencia o al menos la pérdida de la salud, el coronavirus nos recordó que somos frágiles y mortales.
Allá por el mes de marzo nos dimos cuenta de nuestras flaquezas y miserias, fácilmente surgieron el miedo, la histeria y el egoísmo colectivos, las tiendas quedaron vacías, el otro se podía quedar sin nada, yo no, la gente decía: “nos apanicamos”. Sin embargo, del mal también puede brotar el bien, paulatinamente nos fuimos tomando conciencia del valor de la solidaridad, entendiendo que debemos ser puentes de unión, de ayuda y que, si no nos comportábamos de manera más cordial, entonces nos hundiríamos todos. ¡Ojalá y no se nos olvide!
Las conductas dementes se han hecho notar en aquellos agresores de médicos y enfermeras; la bestialidad, la brutalidad, la ignorancia y no sé cuántas cosas más puedan influir para que el ser humano se comporte violentamente y brote su irracionalidad.
Es positivo sacudirnos el miedo a la pandemia, sin caer en la imprudencia, debemos tomar en cuenta que ya son cinco países que habían levantado la cuarentena y ahora tienen un repunte. Arabia Saudita, Irán, Pakistán, Costa Rica y Estados Unidos son los afectados, además el gobierno chino ordenó el confinamiento inmediato en algunos sectores de la ciudad de Pekín, debido a que aparecieron al menos 50 casos de transmisión local.
La educación en línea que se puso en marcha ante el peligro de la pandemia hizo ver las muy marcadas diferencias sociales y económicas en este campo, los que tienen todos los medios tecnológicos para seguir preparándose académicamente, frente a los 46.49 millones de mexicanos que no tienen acceso a internet, y el 55.7% de los hogares que no disponen de computadora. Es evidente la desigualdad en el campo de la educación y esto tiene como consecuencia otras injusticias.
Tres rostros de patrones aparecieron: Los que protegieron de inmediato a sus trabajadores, los que no les importa ni en lo más mínimo la vida, la salud y la familia de sus empleados y, los que hicieron como que se interesan por el bienestar de su gente porque los obligó la autoridad.
Parece como si no nos quisiéramos a nosotros mismos, a nuestro cuerpo le damos basura en lugar de alimentarlo para que esté sano, se nos olvida que también tenemos deberes para con nuestro físico. Tenemos malos hábitos alimenticios que nos dejan como tierra fértil para las enfermedades.
Preferimos el producto chatarra y despreciamos la naturalidad, variedad y riqueza de la auténtica gastronomía mexicana.
Hubo quienes aprovechan el estar en casa para integrarse como familia, lamentablemente hay quienes están utilizando este tiempo para maltratar a los que son de su propia sangre.
De estos últimos meses recorridos y del momento actual debemos aprender a vivir de manera diferente, urge cambiar nuestro estilo de vida en todos los aspectos, lo peor que nos puede pasar es que de esta crisis no aprendamos nada.