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por : Hugo Díaz

Hoy me entero con alegría que mi querida escuela llega a la edad de 29 años; casi tres décadas en las que este instituto ha tenido la oportunidad de ver pasar por sus aulas a jóvenes llenos de dinamismo, cargados de sueños, con un solo objetivo en mente: forjarse una carrera profesional.

Pertenezco a una generación que tuvo su juventud en los 80, cuando en la región carbonífera, aquel que quería formarse profesionalmente en una ingeniería tenía que emigrar mínimo 100 kilómetros, ya fuera al norte a Piedras Negras o al sur a Monclova Coahuila.

La oferta académica en grado universitario no daba para más que contaduría y minería- actividad boyante en aquellos tiempos-, no se podía aspirar a más.

Producto de aquellas circunstancias muchos de mis contemporáneos que eran brillantes estudiantes tuvieron que reducir su sueño a una carrera técnica y los menos favorecidos académicamente tuvimos un panorama todavía más difícil, la situación económica en las familias no daba para salir de casa.

Era pues irse a la mina o a la compañía ASARCO, y con un poco de suerte a trabajar a GENTEL para comenzar a ganarse la vida después de la preparatoria; sino a la albañilería, al comercio informal o a la artisteada.

Gracias a la visión de dos grandes hombres Don Edilberto Montemayor Galindo y Don Antonio Gutiérrez Garza comenzó a gestarse la idea de instalar en la región un instituto tecnológico; cuentan quienes dicen saber que después del estudio de factibilidad querían que se pusiera en Nueva Rosita, otros querían que se pusiera en Sabinas, y a final de cuentas quien tuvo que decidir, decidió salomónicamente, mejor se instaló en Agujita.

Éstas líneas pudieran ser ordinarias, cotidianas, tal vez hasta de rutina; sin embargo son líneas que emergen auténticamente del corazón de un egresado, de un integrante de una familia que vio realizados sus sueños gracias a la oportunidad brindada por este instituto de formarse profesionalmente e integrarse con mejores armas a una sociedad urgida de profesionistas que reforzaran el sector productivo de la zona.

Por ello y además por los valores que en mi sembraron cada uno de los maestros con quienes me guiaron en el aula es que hoy me encuentro integrado a este eje pujante de la economía en la región. Uno de los máximos valores que debe tener todo ser humano es la gratitud, gratitud otorgada al tecnológico por permitirme brindar a mi familia mejores oportunidades para enfrentar la vida.

Sé que estoy faltando a uno de los preceptos del periodismo, no escribir en primera persona, sin embargo, sentí la necesidad de expresarle esto a mi alma mater, muchas gracias tecnológico de la región carbonífera.

Gracias por lo que hiciste por mí y por lo que sigues y seguirás haciendo por la juventud de esta región carbonífera. Que sigas cumpliendo muchos años más.