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Hybris: La enfermedad de los políticos

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Hybris: La enfermedad de los políticos

La palabra griega hybris se traduce al español como orgullo, altanería, insolencia, soberbia, impetuosidad, inquietud, arrebato, ultraje, injuria, insulto, violencia, desenfreno, licencia, testarudez y daño. Todos estos vocablos nos indican rasgos de lo que algunos investigadores han llamado “la enfermedad del poder”, “la enfermedad de los políticos”.
En la psicología, la psiquiatría y la sociología se habla de un trastorno en la personalidad llamado hybris, se trata de una perturbación que se presenta en la mayoría de los que se desenvuelven en “las altas esferas”, provocando en ellos sentimientos de superioridad; las personas que la padecen se niegan a bajar de la cima en la que se encuentran o creen encontrarse.
Nadie está exento de extraviarse en los peligrosos atajos del poder. Los lamebotas, las dádivas, los aplausos, la fama, la gloria, el dinero, los reconocimientos y los elogios hacen que el encumbrado deje de pisar tierra firme, dejándose llevar por la embriaguez y el mareo que produce el sentirse poderoso.
De acuerdo con especialistas en el tema, entre los que destacan el médico inglés David Owen, el psiquiatra Harry Campos Cervera, el psicólogo Federico Bermúdez Rattoni y el psiquiatra brasileño Augusto Cury, las personas que padecen el mal de hybris reúnen una serie de características nada laudables.
Permítame compartirle lo que caracteriza a las personas con hybris:
• El trastorno se presenta por haber estado mucho tiempo en la cumbre, al grado que produce adicción, al paso del tiempo se necesitarán nuevas y fuertes dosis de poder, igual como pasa con las drogas. Esto explica -no justifica- la presencia de dictadores y el interés de líderes por reelegirse.
• Soberbia, frialdad, protagonismo, sed de poder, prepotencia, irreflexión, orgullo, arrogancia, exaltación al hablar, egocentrismo, narcisismo, temeridad, desprecio por los que tienen cargos inferiores, bipolaridad, megalomanía, violación a la ley, autoestima exagerada, impulsividad, imprudencia, autoritarismo y mesianismo, son rasgos que distinguen a las personas con hybris, aún más, se creen omnipotentes, inmortales y eternos.
• Las obras que realizan son porque desean quedar inmortalizados y perpetuarse en el poder, ya no les interesa presidir la nación, dirigir la empresa, encabezar el sindicato o ser líderes en la educación, en el fondo lo único que los mueve a estar en sus cargos es seguirse sintiendo poderosos. No faltará el que mande construir su propia estatua para permanecer por los siglos de los siglos.
• Viven fuera del tiempo y el espacio, únicamente logran ver lo que les interesa. Su falsa percepción de la realidad los lleva a cometer errores de trascendencia social y mundial, como ejemplo pensemos en las constantes locuras de Trump y en tantos caprichos de nuestros políticos.
• Se preocupan demasiado por su buena imagen y les enfurece la pérdida de popularidad.
• Se sienten dueños de la verdad, creen que lo saben todo y sus decisiones las perciben como infalibles, se niegan a sugerencias que lleven a un cambio de rumbo, después de todo nadie puede brillar más que ellos.
• Son necios y caprichosos en exageración, demasiado infantiles. Immanuel Kant escribió: “El sabio puede cambiar de opinión, el necio nunca”.
• Es muy difícil que reconozcan sus errores, es más seguro que nunca los admitan.
• Quien los contradice o critica es visto como enemigo, atacan y eliminan a quien los confronta.
• No se sienten responsables ante la sociedad o la autoridad terrenal, sino ante la historia o ante Dios, lo manifiestan en frases como: “Que la historia me juzgue”, “Que Dios y la patria me lo demanden”.
• Tienen una muy pobre preparación humana e intelectual, carecen de empatía, autocrítica y madurez; tienden a desarrollar trastornos psicológicos y dificultades en su conducta. Estas carencias y tendencias impiden que puedan ejercer debidamente el poder.
• Suelen andar rodeados de sus incondicionales, solos se sienten inseguros y vacilantes, necesitan sentirse apoyados por sus aduladores; si hay riesgos de que se presente una dificultad más necesitarán de la compañía.

La historia nos habla de personajes con alto grado de hybris: Adolfo Hitler, Margaret Thatcher -por algo le apodaron la Dama de Hierro-, George W. Bush, Hugo Chávez Frías, José Stalin, Saddam Hussein, Anastasio Somoza, Augusto Pinochet, y actualmente Kim Jong Un y Donald Trump.
Claro está que también hay una fuerte dosis de hybris entre los mexicanos, basta con acordarnos de todos los que han utilizado, o utilizan, sus cargos para sangrar al Pueblo de México.
El trastorno emocional del hybris se presenta en los que se dedican a la política y al gobierno, por algo se le conoce como “la enfermedad de los políticos”, sin embargo, no es exclusivo de ellos, también afecta a los empresarios, directivos, jefes y patrones.
Como estamos en fiestas decembrinas y de inicio de año, también escribo algunos párrafos esperanzadores.
Los altos mandos que no adquieren hybris tienen sólidas bases familiares, una muy buena preparación humanística, aceptan la crítica y la autocrítica, no olvidan sus raíces, no ostentan el poder, trabajan y deciden en equipo, saben escuchar, aceptar opiniones y admiten ser supervisados.

La persona con el síndrome de hybris puede volver a la normalidad, algún día la tortilla dará la vuelta, la caída será sumamente dolorosa, el poder y el trastorno habrán desaparecido. Entonces comprenderá que tuvo aduladores, no amigos; sirvientes, no personas con vocación de servicio; compañero o compañera de negocios y de poder, no cónyuge; se encontrará con la verdad, no con los que le cantaban las mentiras.
Se dará cuenta que no es un dios, sino un pobre ser humano con las necesidades urgentes de humildad, afecto, sencillez, modestia, felicidad y auténtica amistad. Sabrá que el poder lo contaminó demasiado, lo hizo despreciable, infeliz y miserable.
Quizás sea cuando verdaderamente se ponga el delantal del servicio, deje de alimentar su ego, renuncie a andarse siempre luciendo y empiece a vivir por primera vez, porque antes estaba muerto.
En su pasado habrán quedado las tres necesidades neuróticas de las que habla el psiquiatra A. Cury: El poder, creer tener siempre la razón y la de ser el centro de la atención social.
Después de estos parágrafos esperanzadores es bueno tener presente que el trastorno de hybris no es propiamente una enfermedad, sin embargo, el médico Owen afirma que debe contemplarse en el Manual de diagnósticos y Estadísticas de trastornos Mentales que elabora la Asociación de Psiquiatría Americana, pues puede convertirse en un síndrome paranoide.
Al dejar atrás el mal de hybris puede ser que no se encuentre una vida en paz, ni con quien convivir, encontrará un rechazo social, en algunos casos no se librará del castigo legal, vivirá una especie de infierno terrenal. En Tamaulipas tenemos ejemplos muy recientes.
Como es época de Navidad viene a tono recordar que Dios se hizo niño. A mi mente llegan las palabras de Leonardo Boff: «Todo niño quiere ser hombre. Todo hombre quiere ser rey. Todo rey quiere ser “dios”. Sólo Dios quiso ser niño». De algo estoy muy seguro Cristo no padeció hybris a pesar de ser el Todopoderoso.