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El Gobernante Ideal

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Por: Víctor Fuentes

Observando con cuidado la conducta de quienes día con día ejercen la ardua labor de la administración pública en el país he sido testigo de la existencia de aquellos trabajadores del Estado a quienes he tenido a bien encuadrar en el “modelo de gobernante ideal”; en efecto, he visto al “gobernante ideal” dedicando una gran cantidad de horas de esfuerzo al servicio de su país, luchando día con día por mejorar la calidad en la gestión pública; me refiero a personas cuyo único propósito es el de cumplir a cabalidad y con el máximo esfuerzo las obligaciones que les han sido conferidas por ley, humanos que anteponiendo la labor nacional han renunciado a horas de convivencia familiar, horas de diversión e incluso a una estabilidad económica a largo plazo solo por aferrarse a la idea de que es posible construir un mejor entorno para nuestra sociedad.

Y es que ciertamente quien lea estas palabras pensará que hablo de una utopía, idealización o ficción, sin embargo, en la realidad el “gobernante ideal” no es una especie en peligro de extinción; por el contrario, al modelo de gobernante ideal lo componen decenas de miles de personas que encuentran en la calidad en el servir, una motivación de alto grado cuya constancia la materializa en un estilo de vida; me refiero a quienes están convencidos que la realización de un mejor país es posible con el compromiso de todos.

Al “gobernante ideal” también le duele la corrupción al saber que no sólo representa un “cáncer social” o un inminente debilitamiento de la institución a la que pertenece y con ello un menosprecio social, el gobernante ideal está consciente de que todas sus acciones se encuentran sujetas al escrutinio del gobernado y por lo tanto sufre de una exposición potencial de su imagen, situación de admirarse pues por sus acciones como gobernante muchas veces pueden ser juzgados en lo personal, reto que con valentía asumen por el país.

Sin embargo, quienes ejercen dentro del servicio profesional de carrera a lo largo del tiempo se han visto aquejados por la frivolidad en la generalización que cierto grupo de ciudadanos suele hacer sobre ellos, universalización que sin lugar a dudas y en cualquiera de los casos y en mayor o menor medida lesiona con severidad el ánimo nacional del “gobernante ideal”.

Y es que dicha distinción estriba en que cierta  experiencia del usuario de servicios de gobierno considera que quienes nos gobiernan se han quedado cortos en cuanto a la atención al ciudadano y las causas sociales importantes en el país, desde la tramitología que supone acudir a realizar un trámite a cualquier oficina gubernamental hasta la actitud con la que ciertos funcionarios ejercen su calidad de servidor público.

A dicho sector de ciudadanos quisiera dirigirme y no necesariamente para ahondar en análisis (ya anteriormente y en abundancia realizados) sobre las causas de fondo y causas del derrumbe de opinión sobre nuestros burócratas, a ellos quisiera explicarles un par de ataduras sustanciales que son causas de que algunos de nuestros gobernantes ideales se encuentren anestesiados “en el ejercicio de sus atribuciones”.

El gobernante ideal hoy en día se encuentra sometido por diversas prácticas burocráticas a  lo que el Dr. Mauricio Merino tiene a bien llamar “suerte de obediencia ciega y muda” de la que depende en gran medida su sobrevivencia laboral y es que para muchos el formar parte activa de la toma de decisiones institucionales implica la obtención de un logro digno de mención.

Y por supuesto que existe también una causa cultural que explica la mencionada anestésica burocrática, ésta es el desarrollo de patrones de relación humana presidencialista que se basan en la apropiación de sillas o puestos públicos por quienes ostentan el poder político en nuestro país. Y es que solo bastaría con oír hablar a la élite de gobierno cuando hablan de “su gente” como si se tratara de su propiedad. Y es así que para llegar a ocupar un cargo oficial la vía más corta es pertenecer antes a un equipo u obtener la recomendación de alguien.

Hay crisis para ejercer en razón de que no existen mandatos claros para las oficinas de gobierno, casi todo depende de lo que esté autorizado en presupuesto y de los humores políticos del día, de manera que calificar los buenos desempeños no depende tanto del esfuerzo que se realice si no de la opinión que emitan los titulares de sus oficinas. Es por la anterior razón que a los servidores públicos no les quedan más opciones que las de permanecer cerca de la simpatía personal de sus autoridades y si éstas llegan a corromperse al “gobernante ideal” no le queda otra opción más que guardar un silencio indignante y doloroso, a riesgo de perder el trabajo y enfrentar la hostilidad del régimen.

En conclusión, México tiene un enorme capital humano entre nuestros “gobernantes ideales”, pero anestesiado por la corrupción creciente y la carencia en los medios para hacerle frente. Para esos gobernantes ideales, combatir la corrupción sería equivalente a una liberación humana, por lo cual con estas palabras pretendo exhortarlos a cobrar conciencia plena de que su desempeño como profesionales SI hace un cambio en el país y éste cambio es el que se necesita para ser principal actor de una batalla en favor de la civilización.