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El Dios y Señor llamado Dinero

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El Dios y Señor llamado Dinero

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El dios y señor llamado dinero

Por: Eusebio Ruiz Ruiz.

El título puede sonar exagerado, pero no deja de ser una realidad. Documentos importantes de la Iglesia (Gaudium et spes 63; Laborem exercens 7, Centesimus annus 35, Catecismo de la Iglesia Católica 2424), señalan que el apetito desordenado por el dinero tiene consecuencias perniciosas, como lo son todos aquellos conflictos que perturban el orden social. Esto lo tenemos demasiado claro, el crimen organizado, en todas sus formas, es un ejemplo del endiosamiento del dinero y de las graves consecuencias de su señorío.

 Los pecados sociales que claman al cielo (el comercio de drogas, el lavado de las ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza) recordados en el documento “La Iglesia en América”, son el resultado del nuevo “becerro de oro” que ha desplazado a Dios.

Cuando al dinero se le coloca en la cumbre, todo se corrompe: la vida personal, matrimonial y familiar; las instituciones, la Iglesia, la sociedad, la educación, naciones  enteras, las empresas, los sindicatos, el trabajo… La adoración del dinero es dañina, todo lo destruye, aún cuando parezca que con el dinero todo se arregla.

Toda práctica que minimiza a las personas a no ser más que instrumentos con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y al ateísmo, recordemos las palabras de Jesucristo: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24; Lc16, 13).

Mientras se tenga una visión economicista del hombre y se le vea como el “animal económico” (así lo considera el neoliberalismo), el afán desmedido por obtener  dinero seguirá perjudicando al ser humano, seguiremos en una economía deshumanizada, depredadora y asesina que crece en las manos de unos cuantos y abandona en la miseria y en la desesperación a millones de personas.  

La parábola de Lázaro, el pobre (Lc. 16, 19-26) sigue vigente porque hay naciones y miles de personas hambrientas que siguen comiendo de las migajas que caen de la mesa de los señores. Son varios los ejemplos: Se dice que el 20% de la población mundial dispone del 80% de los recursos del Planeta; en el tercer mundo hay 100 millones de personas en peligro de muerte a causa del hambre, 2 mil millones sufren desnutrición y casi 100 mil mueren de hambre cada día, esto según información de la FAO;  los datos más recientes de CONEVAL Y CEPAL coinciden que en nuestro País hay más de 53.4 millones de personas en situación de pobreza, entre las que se encuentran poco más de 1 millón 300 mil personas que habitan en Tamaulipas. 

Las situaciones anteriores son tremendamente injustas, por lo que se hace necesario una distribución más justa y equitativa de las riquezas, al respecto la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha catalogado en varias ocasiones a nuestro País, entre las naciones con mayor desigualdad en salarios y distribución de la riqueza; un ejemplo es el que da la Comisión Económica para América Latina y el Caribe: “México es uno de los países en los que la riqueza está muy mal distribuida pues de todos los activos financieros en México, el 80 por ciento es propiedad de sólo el 10 por ciento de las familias del país, de las cuales, un 1 por ciento acaparan más de una tercera parte”.

 La dignidad de las personas es igual para todas, por lo que exige situaciones de vida más humanas y justas, las desigualdades económicas y sociales resultan escandalosas y opuestas a la justicia social, a la equidad, a la dignidad humana y a la paz social e internacional, señala el Catecismo de la Iglesia Católica (1938) y la constitución pastoral “Gaudium et spes” (29).

En 1999, el hoy santo Juan Pablo II, denunciaba al neoliberalismo como el sistema que “considera las ganancias y las leyes de mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto de las personas y los pueblos” (La Iglesia en América).

En el núm. 57 de la exhortación apostólica “Evangelli Gaudium”, el Papa Francisco señala que la ética permite crear un equilibrio y un orden social más humano, anima  a expertos financieros y gobernantes a que tomen en cuenta las palabras de san Juan Crisóstomo: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”.  ¿Quitarles la vida? Sí, así como se oye, pensemos en los millones de personas en el mundo que están en peligro de muerte por hambre y desnutrición. 

San Basilio, en el siglo IV, escribió: “El pan que tú retienes pertenece a los hambrientos; el manto que tu guardas en los armarios pertenece al que va desnudo; el calzado que se pudre en tu casa es del que anda descalzo. En resumen eres injusto con aquellos a quienes, pudiendo socorrer, no socorres” 

En la misma exhortación el Papa Francisco dice: “Una reforma financiera que no ignore la ética requeriría un cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes políticos, a quienes exhorto a afrontar este reto con determinación y visión del futuro, sin ignorar, por supuesto, la especificidad de cada contexto…Los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano” (58). 

No es que se satanice  al dinero, sólo hay que ubicarlo en el lugar que le corresponde: servidor del hombre, no es amo y señor de las personas. “El dinero es un buen servidor pero un mal señor”, dijo alguna vez  Pío XII y el Papa Francisco en su exhortación antes señalada, escribe: “No a la idolatría del dinero”, “¡El dinero debe servir y no gobernar”!” 

 El dinero es una necesidad, un bien, un valor material importante, una muy valiosa ayuda en la vida, incluso –si lo sabemos utilizar- sirve para nuestra santificación; Dios no lo desprecia, el hombre no tiene porque despreciarlo. Pero hay un peligro: rendirle culto, colocarlo como dios, amo e ídolo de nuestra existencia. Para el cristiano sólo hay un Señor, Jesucristo;  el dinero y los demás bienes materiales no tienen porque ser “señores”, están al servicio del ser humano, sometidos a la justicia y al bien común.