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¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?

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¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?

¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?

  • A propósito del Día de Muertos.

Por: Eusebio Ruiz Ruiz.

“Día vendrá en que amanezcas y no anochezcas, o anochezcas y no amanezcas”, escribió fray Luis de Granada.

La celebración del Día de Muertos, es una de las tradiciones de mayor arraigo en toda la República Mexicana, el 7 de noviembre de 2003, en París, Francia, fue reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.  

De acuerdo con el calendario litúrgico católico, el día 1 de noviembre se celebra la solemnidad de Todos los Santos y el día 2 se conmemora a Todos los Fieles Difuntos, ambas celebraciones religiosas están unidas a la tradición mexicana del Día de Muertos.

Estamos en los días del año en que recordamos, honramos y elevamos nuestras plegarias por los difuntos, imposible no reflexionar sobre el acontecimiento de la muerte.

Desde que estamos en esa etapa inicial que la ciencia llama cigoto, ya estamos lo suficientemente maduros para morir. 

El fin de nuestra vida no es posibilidad ni probabilidad, es inevitable, tenemos que morir; el dónde, el cómo y el cuándo no lo conocemos, lo único de lo que tenemos certeza es que el momento llegará.

Nuestro pasado continuamente crece, avanza, no se detiene, imposible frenarlo, es irreversible, en él vamos dejando trozos de vida; mientras que nuestro futuro se agota, empequeñece, va siendo devorado por el pasado, no sabemos qué tan corto será, no sabemos cuánto le falta; el presente, ni se diga, es fugaz, se va demasiado rápido.

El “hábitat” de la muerte es la vida, ahí está, de pronto, en un instante, la vida se rinde ante la muerte, la vida es para estarnos muriendo, aunque no se haga presente ninguna señal del momento final, de manera continua nos acercamos a la muerte.

Queremos seguir viviendo, tener vida plena y tenerla abundancia, sin embargo, caminamos sin descanso al encuentro de la muerte, hay veces que las ganas de comerse al mundo y de vivir nos llevan al desorden, y este nos pone en alto riesgo de adelantar el acontecimiento no deseado de la muerte.

Cuando muere alguien cercano, la muerte parece que pasa a nuestro lado, pensamos que en el camino van muriendo los demás, nosotros no. Mientras vivimos sin problemas graves de salud, la muerte está aparentemente siempre lejana, pareciera como si nunca fuera a llegar, no es así, en no pocas ocasiones ni siquiera se digna avisar de su llegada.

En la vida muchas cosas se practican hasta que salen bien, la muerte no se ensaya, es una y definitiva, ¿cómo será ese momento? ¿saldrá bien? ¿sabremos cómo será nuestro desenlace?  Platón decía que la vida era una continua preparación a la muerte, ¿cómo saber que la preparación está siendo la adecuada?

Esto pareciera ser una visión pesimista de la vida y de la muerte, quizás, pero no deja también de ser una realidad.

Si fuera ateo pensaría que con la muerte termina todo, el fin de la historia. Estaríamos sujetos a la ley de que la materia ni se crea ni se destruye, solo se transforma, o quizás podríamos pensar, venimos de la nada y la vida nos arrastra hacia la nada, un ser-para-la-muerte, como dijo Heidegger.

El hombre es un ser-para-la-salvación, escribió el filósofo mexicano Agustín Basave, esto suena más optimista, la visión cristiana nos dice que venimos de Dios y nos dirigimos a Él, no es lo mismo que decir vengo de la nada y voy hacia la nada.  

La fe, don divino y virtud teologal, ilumina el acontecimiento inevitable e ineludible de la muerte, morir es el momento en que se nace a la eternidad del gozo celestial, es el brinco a otro estado de vida diferente al actual, es el abrazo divino.

La visión cristiana permite que con la muerte trascendamos, sin embargo, Dios no nos lleva lejos, nos hace más presentes entre los nuestros; no nos desprende de los demás, nos deja de manera más plena con y para los nuestros. 

Si morimos ante nada o nadie la muerte sería absurda, quizás hasta la vida, en cambio todo tendrá sentido si es ante Dios.

El caminar en la vida, haciendo el bien, con la fe bien puesta en el Ser Supremo que da la vida y la da en abundancia, podemos preguntar como Pablo de Tarso escribía al pueblo cristiano de Corinto: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?… Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria»