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¿Qué hace que sigan votando por el PRI?

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EN PRIVADO
POR: JOSE ALFREDO TRETO

¿Qué es lo que les hace voluntariamente depositar su confianza y el futuro de sus hijos en el PRI?
Algunos dicen que es “la ignorancia” la que lleva a muchos a votar por el PRI; otros más, que el miedo al cambio. Hay quien sostiene que es pereza mental en dosis extrema, o egoísmo en dosis que envenenaría a cualquiera. O que son monos amaestrados por la televisión. Habrá mucho de eso, sin duda. Pero hay más.
Entre esos que votan voluntariamente por el PRI debe haber razones muy diversas. Enumero algunas:
1. Es la “tradición familiar”. El abuelo votó por el PRI, el padre votó por el PRI, el hijo hace lo mismo. No importa cómo hayan vivido esas tres generaciones: se vota PRI y ya, porque es lo que saben hacer mejor.
2. Es la incompetencia de la oposición en elecciones. Los candidatos son malos o no inspiran confianza. Los del PRI son malos por conocidos. Se vota PRI.
3. Es incompetencia de la oposición cuando es gobierno. Lo resumo en un solo caso: ese fraude llamado Vicente Fox… aunque puedo agregar a Felipe Calderón y a infinidad de opositores locales que llegan ganan elecciones.
4. Es conveniencia. Les conviene votar por el PRI. Qué importa cómo le vaya al país: eso no está en el razonamiento; es porque un primo de un primo podría resultar beneficiado. O el amigo de un amigo. Y como el PRI reparte, pues mejor el PRI que cualquiera.
5. Es por amor-egoísmo. Ama al PRI. Ama lo que representa, lo que le ha dado, lo que le promete y lo que le cumple, si es que le cumple. Y el amor es ciego. Y el amor es, además, un sentimiento egoísta. Es un “te amo a ti, a quien he escogido, y no a todos los demás”. Aún en el amor que une a una familia o a más de un individuo; en el amor que tiene un fan por su equipo de futbol, hay ese egoísmo.
¿Qué hace que millones de mexicanos sigan votando masivamente por el PRI? Tengo una hipótesis: es porque el PRI da resultados. Y antes de que me caigan a palos, déjenme argumentar.
Es como irle a un equipo de futbol: no da nada, nunca; un equipo de futbol no resuelve la pobreza, la desigualdad, la injusticia; pero alguna vez cada tres o seis años, por lo menos, permite sentir a muchos millones que han ganado. Los que ganan son los jugadores pero millones sienten como propio el triunfo. Seis años la pasan del nabo, y un día en esos seis años su equipo gana. Gran borrachera (como después de una final de futbol); un sentimiento de triunfo inigualable sigue a la “victoria colectiva”. Y luego, otra vez, a la amargura de los días.
Y así ha sido siempre, por lo menos desde la Revolución. Los obreros tienen su 1 de mayo, por ejemplo; los universitarios, el 20 de noviembre. Días de marchar en celebración. Días en los que el gobierno (o el partido tricolor) son uno y uno mismo. Aunque después, a la inmensa mayoría, le vaya mal.
Millones de amaestrados para esos estímulos: millones que ven como propio el triunfo del PRI aunque no les dé más que rebanadas de aire y desazón. Millones que un día disfrutan “su triunfo” aunque en la misma borrachera, los líderes priistas les roben la cartera y los zapatos, la camisa y la mujer. Millones que aplaudieron bajo el sol al candidato de las estrellas, Peña Nieto. Millones que por lo menos un día cada seis años sienten ser parte de algo, y en realidad lo son, aunque no como ellos creen. Son parte de la masa infame que mantiene a los verdugos del país en el poder. Son el voto duro: el que ha sostenido a una sola clase en el poder. Suena rudo, pero así es.
No veo más opción que mandar a esos millones de regreso a casa con su equipo derrotado. Una y otra vez. Y los partidos de oposición deben llevarle justicia social, equidad, seguridad a esos que han salido derrotados en la cancha (o en las urnas) para que entiendan que es posible cambiar, sin consecuencias, de equipo. Y que de hecho cambiar de equipo puede resultar mejor.
De otra manera, lamento decirles, el PRI conservará otros 78 años las bases que lo sostienen.
Esos millones que, aunque los defraude, votan por el partido que empobreció a sus abuelos, que empobreció a sus padres, que los empobreció a ellos y que empobrecerá a sus hijos y a sus nietos, deben encontrar en la oposición una oferta viable. Hay que hacerlos olvidar su amor-egoísmo por el PRI. Dejar de amar lo que representa –como un equipo de futbol–, lo que les ha dado y quitado, lo que les promete y lo que les cumple, si es que le cumple. Y el amor es ciego. Y el amor es, además, un sentimiento egoísta. Pero es posible desamar, y aquí se me ocurre sólo una fórmula: un clavo saca otro clavo.
Por eso creo que, si millones siguen amando al PRI, es porque han encontrado puros adefesios en la oposición.
Insisto: qué dinosaurio ni qué ocho cuartos. El PRI es el PRI, señores. Debería vérsele con más respeto. Deberían quitarse el sombrero cuando sus colores se levantan.