Por: Carmen Lucía Munguía Gallegos
Medito y agradezco al menos no tener que escuchar el estruendo de bombas, presenciar gritos, muerte y dolor por doquier como sucede en algunos países del mundo que están en guerra.
Trato de hacer comparaciones y me digo a mí misma “esto no es un ataque químico como el de Siria” “estamos en casa y a salvo” “esto es pasajero” “va a terminar”. Lo hago para sentirme afortunada, para atraer algo de optimismo, luego llamo a mi madre por teléfono y trato de calmar sus nervios, asegurándole que todo esto va a pasar, que de hecho en China ya están volviendo a la normalidad.
Ella me asegura que todas las noches se hidrata la piel de las manos con aceites y cremas para tratar la resequedad provocada por el uso desmedido de gel antibacterial. Pudiera decirle que quizás exagera, que no debiera usar gel todo el tiempo, especialmente si no sale de casa, pero me parece que si eso es algo que la hace sentir más tranquila, no vale la pena insistir.
Yo, por mi parte, apenas pedí prestada una bicicleta y ando como niña dando vueltas y vueltas por el fraccionamiento, sintiendo el aire fresco en la cara, disfrutando el olor a lavanda de las casas de los vecinos, aunque la bicicleta me queda algo chica y me veo como una gigante montada en ella, aún así, no desisto de esta nueva forma de pasar el tiempo y de ejercitarme.
De hecho, en uno de mis paseos, me fijé que por fin la familia de la casa de la esquina decidió disfrutar el patio enorme que en cuestión de días anexó a su casa, cuando compró el terreno contiguo que los dueños anteriores solo usaban para acomodar autos.
Al ver cómo esa familia pudo acondicionar el terreno que adquirió en tiempo récord, me entró una inquietud que seguramente nos carcome a tantos en estos días, ¿qué va a pasar con la economía de este país? ¿qué nos espera ahora y después, cuando superemos la crisis sanitaria? Veo en el televisor algunos lugares increíbles y fantaseo con el día en el que podamos vacacionar de nuevo, rodeados de personas, sin tener que ser cautos, sin sentir miedo.
También y obviamente debido a mi rol de madre, añoro el regreso a clases de mis hijos. Seguro ese día todos nos despertaremos muy temprano, niños y niñas irán peinados pulcramente, con los zapatos escolares brillantes y el uniforme perfectamente planchado. Dejaremos la ropa deportiva y las pijamas de lado y buscaremos el mejor atuendo para volver a nuestros trabajos.
Pero mientras eso sucede, aún puedo seguir leyendo un poco más y conocer a mis vecinos, bueno, más bien, identificarlos, por esto de que es vital guardar la sana distancia. Antes no tenía idea de quiénes eran. Sin embargo, en estos días, desde temprano por la ventana los veo trotar, correr, caminar, pasar en bicicleta y patines. También, he notado que hoy más que nunca los perros de los vecinos reciben una merecida atención. Lo mismo los pasean a las ocho de la mañana que a las once de la noche.
La situación es igual de afortunada para los árboles y plantas, que todos los vecinos estamos regando con mayor frecuencia.
Me parece que si hacemos un balance general, podríamos decir que este fraccionamiento en el que vivo, que antes parecía un lugar fantasma, repleto de casas con coches estacionados, ahora ciertamente ha cobrado vida, aunque de una forma inusual, ya que la mayoría de los vecinos que andan por aquí alrededor, usa cubrebocas, especialmente niñas, niños y adolescentes.
Aunque, hay que mencionarlo, todos lo hacen cuidando no cruzarse unos con otros, en estricto apego al distanciamiento social del que sentimos que penden nuestras vidas, y que obsesiona a algunos, como a la señora que vive a la vuelta y que le pedía a gritos a mi hijo que se alejara de ella, aunque el niño estaba a varios metros de distancia. En estos días y quizás de forma más frecuente, nos decimos que esto va a pasar.
Me parece que lo repetimos a otros para terminar de convencernos a nosotros mismos, especialmente si notamos que alguien cercano se encuentra bajo de ánimo o al borde del hartazgo, miedo o desesperanza. Esta solidaridad humana que aflora en los tiempos complicados, sin duda nos une y sucede no sólo en los grupos de chat del whats app sino también allá afuera, en el exterior, en distintos países; basta echar un vistazo a las noticias para enterarnos que de forma reciente el primer ministro irlandés, Leo Varadkar, se reincorporó como médico para hacerle frente al Covid19, que Bhasha Mukherjee, Miss Inglaterra 2019, retomó su profesión de especialista en medicina respiratoria para ayudar a combatir también la pandemia en su país, que cuatro mil médicos venezolanos refugiados en Perú desean hacerle frente al Covid19, que existen refugiados de distintas nacionalidades cosiendo miles de mascarillas y así, surjen de forma intermitente nuevos ejemplos de solidaridad humana, de heroísmo; en tanto nosotros, nos reconfiguramos de una forma quizás más sencilla, porque como escribió Pablo Neruda “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos” ¿Cierto?