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La medicina en la calle para indigentes gana terreno

Lejos de los estériles confines de una consulta médica o un hospital, Brett Feldman busca a personas sin hogar donde es más fácil encontrarlas: en asentamientos en zonas arboladas, debajo de los puentes, en riberas y en comedores sociales, y los atiende por enfermedades que van desde la diabetes al pie de trinchera, el abuso de sustancias o la enfermedad mental.

Feldman, un médico asistente de 34 años, es uno de los escasos practicantes en el país de la “medicina de la calle”. Es un diminuto nicho de la atención sanitaria, que según sus defensores se hará más habitual conforme hospitales y sistemas de salud intentan reducir costes, en parte reduciendo visitas a urgencias de los sin techo.

El pequeño programa de Feldman da señales prometedoras. Su empleador, la Lehigh Valley Health Network, situada en torno a una hora al norte de Filadelfia, ha registrado un drástico descenso en las visitas a urgencias de pacientes habituales. Feldman ofrece atención primaria y preventiva a unos 100 pacientes sin hogar al mes, y les atiende allá donde se encuentren.

“Mi trabajo es llevarles consuelo, y curación cuando puedo”, dijo Feldman, que lleva una mochila llena de suministros médicos y camina abrigado contra el frío durante sus rondas por las ciudades vecinas de Allentown, Bethlehem y Easton.

La medicina callejera comenzó hace más de 30 años como una iniciativa altruista de médicos y enfermeros concretos. En ciudades de Estados Unidos y el resto del mundo, salen de sus consultas para atender a los indigentes crónicos, una población que suele estar más enferma y morir mucho más joven que la gente con techo.

Pero hasta hace poco, relativamente pocos de los 60 programas de medicina callejera que operan en todo el país han estado afiliados a un hospital o sistema sanitario. Conforme las redes sanitarias afrontan crecientes presiones para reducir sus costes, eso podría cambiar.

Las personas sin hogar utilizan las unidades de urgencias con más frecuencia que la población general, se quedan más tiempo allí y son readmitidos en mayor proporción, un triple golpe financiero que causa “heridas abiertas, heridas que sangran para los hospitales”, dijo el doctor Jim Withers, pionero de la medicina callejera y que lanzó el programa Mercy’s Operation Safety Net de Pittsburgh en 1992.

Los hospitales son “probablemente la primera línea en cuestión de absorber un coste que podría ahorrarles un programa de medicina callejera”, señaló Withers, que cofundó el Street Medicine Institute en 2009. “Creo que es inevitable, pero no ha ocurrido aún… Creo que a largo plazo, será más eficiente ser compasivo”.

Detrás de un club nocturno clausurado en Allentown, Feldman se encuentra con Todd Hottle, de 53 años, un peón agrícola que pasa temporadas en la calle y probablemente necesita cirugía para una hernia. Hottle le dice a Feldman que tiene planes de marcharse del hospital inmediatamente después de la operación para regresar a su tienda lo antes posible.

Feldman intenta convencerle para que se quede unos días extra para curarse.

“Oh, no lo sé. Ése sitio no me gusta nada”, dice Hottle, provocando las risas de Feldman y su equipo. “No me gusta estar encerrado, acorralado”.

Aunque refunfuña, Hottle dice apreciar a Feldman. “Viene y revisa a todo el mundo, se asegura de que todo el mundo esté bien, trae suministros. Es un buen trato”.

También es un buen arreglo para el empleador de Feldman. El programa de medicina callejera, financiado con donaciones que incluyen 200.000 dólares del Departamento de Sanidad de Pennsylvania, ha reducido la tasa de readmisión en los 30 días siguientes a una visita en el hospital de Lehigh Valley, de un 51% al 12%. Más aún, Feldman y su equipo han conseguido elevar la tasa de indigentes con seguro médico del 24 al 73%, lo que implica que el hospital recibe un pago con más frecuencia por los cuidados que presta.

“Parece estar manteniendo esas crisis bajas para que no tengan que venir al hospital, donde nos cuesta mucho más”, comentó el doctor Brian Nester, presidente y director ejecutivo de la red sanitaria.

Otros programas de medicina callejera registran beneficios similares. El del sistema de salud Mount Carmel en Columbus, Ohio, evita cientos de costosas visitas a urgencias cada mes, señaló la portavoz Samantha Irons. Un programa de medicina callejera en la red sanitaria JPS de Fort Worth, en Texas, que trabaja en combinación con otras iniciativas, también ha reducido el uso de las urgencias, indicó el médico asistente Joel Hunt.

“Tenemos algo que ofrecer que puede ser instantáneo, puede ser tangible, pueden saber algo sobre sí mismos en el momento. Uno puede dar muy rápido con la estrategia adecuada y lograr la confianza de la gente”, dijo Hunt.

Feldman se interesó en la medicina callejera cuando era un estudiante y trabajaba como voluntario en una cínica de Chicago. Un paciente sin techo le dijo: “Sabes, no siempre fui así. Yo antes era alguien. Y tenía filete para cenar todas las noches”.

Esa conversación le inspiró. “No me pareció que nadie tuviera que sentirse así”, comentó Feldman.

La medicina callejera, afirmó, transmite la idea de que “todo el mundo importa”.

Tras encontrarse con Hottle, Feldman visita otros lugares. Bajo un puente, encuentra mantas y sacos de dormir, latas vacías de licor de malta, una pulsera de hospital y un frasco de medicamentos sin abrir. Todo son indicios de un campamento en uso, pero no se ven personas sin hogar.

Feldman recoge algunas agujas hipodérmicas utilizadas y las deposita en un contenedor para residuos médicos, y después maneja hasta un refugio donde encuentra a Bridgete Hammerstone, de 40 años, una adicta al crack en recuperación que ha pasado largas temporadas sin hogar.

“Alguien como Brett es una bendición para mí”, dijo, “porque abre la puerta para permitir que entre luz por primera vez en la vida, y eso es muy especial”.

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