por: Carmen Munguía
Algunas noches cuesta trabajo conciliar el sueño, especialmente cuando ciertos pensamientos no paran de rumiar en la cabeza. Ayer fue una de esas noches, y es que cuando uno cree que ha logrado domar a las emociones, llega súbitamente un día que nos recuerda que somos humanos de carne y hueso. Podría escribir que la carita de un niño me quebró, pero no fue sólo la ternura que un niño o niña transmite, es el hecho de toparnos de frente con un niño viviendo el infierno de la desprotección de la familia, el hambre, la falta de educación, de vestido, calzado, atención a su salud y desarrollo, etcétera.
Hablar de vulneración de derechos humanos es una cosa, pero toparnos con su rostro, tenerlo ahí, así de frente, provoca tristeza, impotencia y rabia también, porque sabemos cuáles son las causas y que lo que se ha hecho es insuficiente. Yo vi a este niño que se parece tanto a tí. Lo ví solo y le pregunté por su mamá, pero no respondió, fueron los vendedores de hot dogs quienes me explicaron que era mejor que anduviera así, solo, porque sus papás utilizaban drogas, no lo bañaban si quiera, por eso el niño llegaba ahí, al lugar en donde ellos le daban de comer, pero a veces les tiraba piedras a las comensales.
De verdad no te miento cuando te digo que se parecía tanto a tí, corría descalzo por toda la orilla del borde de un montón de tierra seca, al ras de la calle. Seguramente, como tú, no estaba consciente del riesgo de morir atropellado por un automóvil. Me acerqué e intenté hacerle conversación, definitivamente hablar de juguetes lo emocionó, pero lo único que me dijo fue que deseaba un cereal para su hermanita.
Le prometí volver al día siguiente, busqué en tus cosas algo de ropa, algo caliente por la inminente llegada del frío, de la despensa, escogí tu cereal favorito, porque sabes, este niño estoy casi segura que tiene tu edad, unos cuatro años. Discúlpame, también tomé un Capitán América de la caja de juguetes, me di cuenta que alguien te había regalado uno de más. Me acordé de su hermanita y agarré cobijas que usabas cuando eras más pequeño, imaginé que quizás sería una niña menor a dos o un año.
Y sí, tuve suerte, me lo encontré en la calle, de nuevo, por la noche. Lo reconocí de lejos, iba con su mamá, papá y varios niños y niñas más montados todos en una carreola rumbo a la tienda de la esquina. Le acerqué a través de otro niño todas las cosas que tomé de la casa. ¿Puedes imaginar lo felíz que se puso cuando encontró al Capitán América? Lo ví brincar de emoción desde lejos. Sus papás no se veían agresivos como habían dicho algunos vecinos. Los contemplé sonreír desde la acera de enfrente y quise creer que eran buenos padres con ese niño que es tan travieso como tú. Sabes, la caja de cereal la tomó y se la dió a su hermana.
Era verdad, sí tenía una hermanita. Esa parte, en concreto, dolió tanto. Por eso ayer cuando regresé a la casa, te volví a tapar con tu cobija de Bumblebee. Sabes, justamente he estado hablando en un lugar y otro de los derechos humanos que tienen las niñas, niños y adolescentes, he insistido en que los marcos jurídicos son indispensables para protegerlos, pero que también hace falta dinero, presupuesto para materializarlos.
Pero caray, ¿qué pasa cuando en el dinero que manejan los gobiernos no se priorizan los derechos de las infancias, que dependen en gran medida de las decisiones que tomamos las personas adultas que estamos a cargo? ¿Qué pasa cuando quienes tienen acceso al dinero público lo roban? ¿Qué pasa cuando los derechos de las infancias no se toman en cuenta enserio, peor aún, cuando ni siquiera se les considera como personas con derechos? ¿Qué pasa cuando la apología del delito en las series de narcotráfico persiste y la población imita, reproduce, normaliza la violencia en los hogares? Sucede que niñas y niños como el de ayer dejan de ser historias aisladas, para ser muestras de una generalidad de infancias en desprotección.
Y entonces el problema es tan grande que empezamos a hablar de “estadísticas”, pero los números aunque valiosos en tanto sustentan la política pública, son fríos y nos pueden volver indolentes. Sucede que también el adolescente de 17 años que limpia vidrios afuera de la farmacia con el fin de reunir dinero para sus hermanos pequeños, igualmente vive una tragedia similar. En definitiva, garantizar los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes, implica hacer que estos sean vividos. Y si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta que en el fondo, esto es un asunto de humanidad, que implica empatía, honestidad, integridad, valores por parte de quienes toman las decisiones.
En tanto no exista lo anterior, los derechos se quedarán en buenas intenciones de otros, plasmadas en leyes solamente, y cada vez serán más las niñas, niños y adolescentes viviendo verdaderas tragedias, inmerecidas y tremendamente injustas. Pero, a pesar de lo estrujantes que son estos casos, debemos apreciar la lucidez que dejan para tomar decisiones y emprender rutas a favor de sus derechos, porque nos sacuden la conciencia, nos hacen dimensionar y tener, por si hacía falta, aún más clara la perspectiva.