por: Carmen Munguía
Un día de tantos de esta pandemia mi hijo dejó de mover su cuello repetida y diariamente buscando hacérselo tronar. Un día simplemente y por fin dejó de hacerlo y me confesó que quizás era algo que tenía que ver más con su mente que con alguna lesión física.
Y supongo que sí, que tal vez el hecho de haber dejado de asistir a la escuela, de jugar con sus compañeros y compañeras, de lo cual me habla casi a diario con impotencia, a veces con cierta resignación y otras con esperanza (especialmente ahora que existe la vacuna contra el Covid19), tuvieron efectos negativos en él, a pesar de los esfuerzos hechos en casa para ofrecerle algo de normalidad a sus días. Definitivamente, dudo mucho que existan niñas, niños y adolescentes a los que está pandemia no les esté afectando de alguna u otra forma y todas absolutamente cuentan.
Pero quizás las afectaciones más drásticas deberían centrarse en los miles de niños, niñas y adolescentes que simplemente han abandonado el sistema educativo, que no tienen televisor, ni computadora, menos internet, tampoco familia que pueda estar atenta a su aprendizaje y les apoye, que no cuentan con madres y padres con ahorros o trabajos que les posibiliten trabajar desde casa.
Se habla mucho de la crisis económica provocada por la pandemia del Covid19. Sin embargo, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL,se refiere más bien a una triple crisis combinada y asimétrica: sanitaria, económica y social. Es decir, el desafío es severamente mayor a otros. Por tanto, no es sólo el desempleo en lo que se debería estar pensando. Miremos a nuestro alrededor, pensemos en qué va a pasar por ejemplo, con todas las niñas, niños y adolescentes que en este momento, en estos días, ya no están estudiando, ni siquiera en línea, de ninguna manera. Save the Children, una organización emblemática en la defensa de los derechos de la infancia, ha advertido un aumento significativo en relación al trabajo laboral infantil, como un efecto colateral del Covid19. Y esto simplemente no puede ser. En cuestión de derechos humanos, debemos siempre ir hacia adelante, mejorarlos, justamente como lo dicta el principio de progresividad y no lo contrario. Por ello, la mejor educación no puede ser la que ofrece exclusivamente el mercado, y para los pocos que pueden acceder a ella. No podemos permitirnos vivir resignados a que continúen estudiando sólo aquellos pocos que tienen acceso a televisor, computadora e internet. Y aunque pareciera que a eso nos hemos estado acostumbrando, no es lo correcto. No está bien que la educación de mejor calidad no sea para todas las niñas, niños y adolescentes, que se crezca en desventaja. Por supuesto que como lo han asegurado en repetidas ocasiones organizaciones como ONU Mujeres, la pandemia vino a agravar la situación de desigualdad, pero no sólo se agravó la desigualdad, sino mucho más. Y la situación puede ser verdaderamente catastrófica si los gobiernos no hacen nada al respecto. Hemos pensado en ¿Qué va a pasar con los miles de niños, niñas y adolescentes que están fuera del sistema educativo, que literalmente lo han abandonado? ¿Cómo? ¿Cuándo? y ¿Cómo vamos a rescatarlos? ¿Cuál será el presupuesto que se destinará para esto? ¿Cuál será el programa? ¿Qué prioridad se le va a dar a esto? ¿Se atenderá el problema en algunos estados? ¿La estrategia será nacional? No sé si soy yo únicamente quien se ha percatado que al parecer al tema no se le ha dado la relevancia que merece, especialmente y considerando que de acuerdo a sus derechos, los asuntos de la infancia deben tener obligadamente una atención prioritaria. Las medidas a emplear debieran ser inmediatas, suficientes y eficaces. Y sobretodo, como personas adultas debiéramos estar atentos a que se atiendan los derechos de nuestros niños, niñas y adolescentes.