Una taza y dos de cultura
Por: Sergio Arévalo
Como estudiante durante la carrera en varias ocasiones en el transporte (combi) nos tocaba algún artista haciendo una intervención a cambio de una moneda, un apoyo para el día. Podría ser el faquir que se metía un clavo enorme en la nariz o se acostaba en un montón de vidrios rotos con el autobús en movimiento, creo las primeras cinco veces me puso de nervios a punto de que se me bajara el azúcar , también había la pareja de payasos, el malabarista, pero mi favorito era un hombre que al ritmo de una baqueta y una tina de agua cantaban “Chacarron, macarron” o eso es a lo que le fecha entendía, todo una experiencia pintoresca, el arte callejero.
México es un país lleno de colores por su cultura y su gente. En las calles de Guanajuato puedes encontrar diferentes tipos de arte, ves al artista callejero que se arriesga a ofrecer su servicio a un público desconocido de diferentes culturas, de diferentes partes del mundo. Siempre demostrando su trabajo, dejando el corazón en su rutina, pieza musical, baile, trazo, etc. Ya sea hombres, mujeres, niños, de todas las edades, lo hacen con pasión.
Algunas personas no les parece, creen que son gente floja que no quiere un trabajo fijo. La Real Académia Española explica que el término trabajo es una «ocupación retribuida», una «cosa que es resultado de la actividad humana» y el «esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza». Siguiendo estas definiciones, lo que hace una estatua humana por ejemplo (y, en general, un artista callejero) sí es un trabajo. Sin embargo existe también el pensamiento de que un trabajo debe tener una regulación: hay que, como mínimo, cotizar por ello, una discusión que puede seguir, pero que haremos a un lado, porque el arte se disfruta.
La situación de un artista de la calle es extraña, porque el sueldo, la propina, el jefe y el trabajador se suelen concentrar en una misma persona. En tiempos de contingencia la suerte parece no estar a su favor, el escenario se ha tenido que cerrar, sin una apertura clara, y temiendo que su audiencia se disminuya a más de la mitad por miedo a contagiarse estando en el pico más alto de la contingencia.
¿Han dado las calles grandes artistas? Claro, seguramente a su cabeza venga personalidades como Flor Amargo, pero también les puedo mencionar a Shepard Fairey, que comenzó en los años 90 pegando laminas gigantes en lo alto de diversos edificios para impactar con un rostro sombrío que exigía “Obedece”. Años después creó el afiche “Hope” para la campaña presidencial de Barack Obama y ahora tiene su propia línea de ropa. El 25 de octubre uno de sus cuadros (“Paisaje con nazi”) fue subastado por 600 mil dólares. Nada mal para que su lienzo sea la calle ¿no?
¿Vieron las noticias recientemente? Banksy quien es posiblemente uno de los artistas que más relevancia han ganado en el mundo durante los últimos años debido a su extraño modus operandi, realizando arte urbano de forma totalmente inesperada, consiguiendo que el efecto de sus obras de carácter generalmente político o de crítica social tengan un gran impacto. Reapareció haciendo un homenaje las enfermeras y a los cuerpos sanitarios con una foto bastante esclarecedora de su opinión sobre la crisis del COVID-19.
No quiero ser el amargado, pero deben saber que todavía para salir a la calle libremente como antes. Pero cuando lo hagamos y andemos por la calle, disfrutemos de la música, del grafiti que nos quiere expresar algo, del dibujante tratando de hacer un retrato y ganarse lo del día. El arte es lenguaje universal que todos entendemos, es siempre una invitación a volar y soñar; benefactora desconexión, aunque sea momentánea, del problema que nos embarga. Un lujo.