por Carmen Lucía Munguía
Después de compartir saberes, experiencias, propuestas para transversalizar la perspectiva de género en los gobiernos, mujeres de América Latina y el Caribe que participamos en un conversatorio virtual organizado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU Mujeres) llegamos a un par de conclusiones que en esta columna quisiera compartirles.
Específicamente llegamos al fondo del asunto: la simulación de los gobiernos, sí, la simulación que lleva a cabo no sólo el estado mexicano si no también otros países de América Latina de la misma forma, con tal de aparentar el cumplimiento de los marcos legales, de los tratados internacionales que ratifican, de las leyes que promulgan y que contienen derechos legítimos de las mujeres.
Esa simulación es justamente la que no nos permite transitar de la igualdad formal, esa que se encuentra en papel, a la igualdad sustantiva, que es la que nos permitiría vivir los derechos en nuestras vidas como una realidad.
Esa simulación de poner a mujeres al frente, pero sin capacidad real para tomar decisiones, de escoger a mujeres para participar en política pero a cambio de favores sexuales u bajo otras condiciones, como decirles qué deben o no hacer, no es lo que se busca en absoluto, no es el objetivo.
Pero además de la simulación, otro gran obstáculo para lograr la igualdad de género, son las buenas prácticas, las políticas públicas con perspectiva de género, sensibles a éste, que se esfuman con los cambios de gobierno, con los ajustes de gabinete, con gente nueva que llega y echa por la borda programas que con el tiempo pudieran dar buenos resultados.
El problema, el gran reto, radica en que no disponemos de más tiempo, porque no estamos dispuestas a perderlo. Las mujeres no queremos que más y más generaciones de niñas vivan en condiciones de desventaja, de discriminación, de falta de acceso a derechos que nos pertenecen a todas nosotras, sencillamente porque somos personas, seres humanos.
No queremos ni un solo feminicidio más, pero también queremos una cultura generalizada en donde las mujeres estemos en el mismo piso. Esas ideas equivocadas que nos asumen como seres inferiores, incapaces o serviles al otro sexo, son insostenibles y no pueden continuar. No se puede tolerar más la simulación por parte de los gobiernos, el “hacer como que se cumple”.
A la vez que se requiere igualmente, asegurar la continuidad de las políticas públicas sensibles al género consideradas como buenas prácticas, para acortar el tiempo necesario para alcanzar la igualdad de derechos para las mujeres y que no tengan que pasar siglos, décadas, de estancamiento en una igualdad de papel que no vemos en nuestras vidas y que hoy por hoy la exigimos porque es un derecho.