Por: Carmen Lucía Munguía Gallegos
Cada nuevo caso que sale a la luz pública y da cuenta de otra niña o mujer desaparecida y/o encontrada muerta con signos de violencia extrema, de brutalidad; cada video que circula en redes sociales de mujeres maltratadas por hombres educados bajo el patriarcado y el machismo; los recientes asesinatos de dos hombres a manos de policías, primero del afroamericano George Floyd por motivos de discriminación racial, de racismo en Estados Unidos, y el segundo, de Giovanni López, un albañil mexicano al que se le acusó de no usar cubrebocas, un asesinato relacionado ABSURDAMENTE (y lo escribo con mayúsculas) con un tema de salud pública; la exigencia de justicia por 49 niñas y niños fallecidos en la guardería ABC a once años ya, todo esto y más, llena de indignación y enfado.
Hoy por hoy, los fuertes reclamos en decenas de ciudades estadounidenes han acaparado los medios de comunicación Incendios, protestas, marchas, una calle que conduce hasta la Casa Blanca en Washington que fue pintada con letras gigantes amarillas.
El mensaje en esa calle es contudente: “black lives matter” (las vidas negras importan). Hemos visto a policías incluso, arrodillados frente a manifestantes, al parecer, conscientes del problema, solidarios. Todos estos reclamos son absolutamente válidos y deben ser atendidos, porque sin justicia es difícil conseguir un estadío de paz genuino.
Respecto el caso de George Floyd, recordemos que desde mucho tiempo atrás, la humanidad ha luchado contra la discriminación racial, contra el mismo apartheid.
Valdría la pena escuchar de nuevo discursos famosos como el de Martin Luther King de 1968, porque a pesar del paso del tiempo, ese mal no se ha logrado erradicar del todo y una muestra de ello sin duda, es el asesinato de George Floyd, el cual puso en evidencia la cruda realidad, y podemos decir, ¡qué lamentable! y ya, pero nunca, nunca, podremos entender a la comunidad afroamericana en Estados Unidos, qué siente y cómo viven cada día de su vida, ellos, ellas, la gente que es odiada por una causa ajena a su voluntad, como lo es el color de su piel, una característica física con la que se nace, que no está en sus manos poder cambiar y que no tendrían por qué querer cambiar.
Recuerdo cuando leí el libro de Michelle Obama, “Becoming”, me impactó muchísimo cómo siempre hablaba de su vida haciendo énfasis en ella como una mujer negra en Chicago, en el southside… en ella, como una mujer negra tratando de entrar a Harvard, en ella, como una mujer negra saliendo con otro hombre negro de la oficina, en ella, una mujer negra siendo Primera Dama del país más poderoso del mundo, en ella, una mujer negra habitando la Casa Blanca construída por esclavos negros.
Definitivamente no podemos alcanzar a dimensionar totalmente el problema del racismo, cuando no lo sufrimos directamente. Lo que queda claro es que el asesinato de George Floyd no es un hecho aislado, la indignación por violaciones a derechos humanos en un contexo tan caótico como el que ha provocado la pandemia del Covid19 en el mundo, suma nuevos casos. El de Giovanni López, de niñas y mujeres violentadas cotidianamente , la falta de justicia para 49 niños y niñas de la guardería ABC… son apenas algunos casos que hacen crecer la ola de indignación por violaciones a los derechos de las personas. Evidentemente, y con justa razón, la gente no quiere, no tolera abusos en contra de los demás. La gente aspira a tener un mundo justo, en donde se respete la vida, la diversidad, en donde todos podamos ser felices.
Y esto, por supuesto que es algo justo y válido, me preocuparía si fuera lo contrario, si nadie reclamara y alzara la voz por los derechos de los demás, por los derechos propios.