por: Carmen Munguía
El viernes fue el último día que escuché hablar a la maestra Rossy o “Miss Rossy” como la llaman mi hijo y los demás niños y niñas de su grupo. Estuve escuchando su voz desde que decidimos suspender el uso de audífonos para las clases en línea como una estrategia más encaminada a lograr un aprendizaje en línea exitoso.
Francamente me acostumbré a escuchar su voz desde muy temprano por las mañanas, y sin duda, jamás olvidaré sus regaños tan tiernos y especialmente cómo les cantaba a los niños y niñas canciones a manera de arrullos cuando los notaba serios o apáticos.
Les pedía que se acostaran, que se estiraran y que durmieran un poco mientras ella les cantaba. Fue un ciclo escolar duro ciertamente, una especie de tragicomedia a la que sobrevivimos todos, la comunidad escolar: madres, padres, alumnos, alumnas y docentes, llena de episodios sumamente estresantes, otros que terminaban por provocarnos risa, porque la casa es la casa y no precisamente una “escuela”, ese lugar que estoy segura, tanto adultos como niños, niñas y adolescentes y jóvenes valoramos y añoramos, particularmente en estos tiempos.
Esperemos que ante el reto de un próximo ciclo escolar presencial, las autoridades hagan lo que corresponde, y que garanticen el derecho a la educación de niñas, niños, adolescentes y jóvenes en todo el país, porque si bien, la escuela en línea y las clases por televisión, fueron el recurso inmediato para que la educación no parara, dejar de asistir de forma presencial a una escuela es algo que trajo consecuencias.
Desde 2020 UNICEF advertía que la falta de igualdad en el acceso a la educación a distancia en el contexto de la pandemia podría agravar la crisis mundial de aprendizaje. Por tanto y por una amplia lista de argumentos por demás contundentes, que se exija, que se espere, que exista una gran expectativa en torno al regreso presencial a clases, no es una necedad ni un sin sentido, por el contrario, ayudaría a mitigar las afectaciones causadas por la pandemia, lo ha dicho la UNICEF.
Es importante también tener muy presentes los datos duros, la encuesta para la Medición del Impacto Covid19 en la educación del INEGI, arrojó que 1.5 millones de niñas, niños y adolescentes, de entre 3 y 18 años de edad no se reinscribieron en el ciclo escolar 2020 – 2021 por causas relacionadas con la pandemia. UNICEF, UNESCO y el Banco Mundial en un documento breve y conciso “Misión: recuperar la educación en 2021” han señalado tres objetivos prioritarios, que me parece son excelentes directrices y marcan un horizonte claro hacia donde el que hacer de las instituciones del Estado, debiera orientar sus esfuerzos:
1. Que todos los NNA, incluso aquellos que dejaron los estudios durante la pandemia vuelvan a la escuela y reciban los servicios adaptados necesarios en materia de aprendizaje, salud, bienestar psicológico y social,
2. que todos los NNA reciban apoyo para recuperar el aprendizaje perdido y 3 que todo el personal docente esté preparado y apoyado para remediar la pérdida de aprendizaje entre el alumnado e incorporar las tecnologías digitales a su docencia. No olvidemos que la educación es un derecho humano y que de su realización dependen otros derechos. La pandemia golpeó tremendamente al sector educativo, trastornó la vida de niñas, niños, adolescentes y jóvenes; fijarnos metas como las propuestas por UNICEF, UNESCO y el Banco Mundialf y tener muy presente que se trata de garantizarles derechos y no de repartir obras de caridad, sería un buen punto de partida.