Por: Carmen Lucía Munguía Gallegos
Defender con ahínco a la niñez no es fortuito, cada historia nos marca, nos empuja a hacerlo con mayor determinación, porque el sufrimiento de niñas, niños y/o de adolescentes es una asunto de máxima importancia, que no puede ignorarse o postergarse.
En Sonora me pasó, que una vez, en el área de cuneros de una casa hogar, eran tantos los bebés que era absolutamente algo rarísimo, extraordinario, no escucharlos llorar a todos al mismo tiempo.
Era increíble, pero todos permanecían en sus cunas en silencio. Por eso, apenas lloró uno de los bebés, yo me acerqué para cargarlo. Pregunté por qué lloraba y alguien me respondió: es que ese bebé “todavía no se acostumbra” ¿a qué? ¿acostumbrarse a qué? repliqué. Me lo explicaron claramente, a quedarse allí, sin llorar. Y es que, desde bebés, les toca entender que así es la vida dentro de una institución, nunca los recursos humanos ni financieros logran suplir los cuidados y el amor de una familia.
Absolutamente cruel, pero cierto. Por supuesto que me partió el alma ver a decenas de ellos sin ese amor y cuidado individual, personalizado, del que cualquier ser humano precisa como una necesidad básica, indispensable.
Yo quería de verdad cargarlos a todos y lo hice, pero uno a uno, siguiendo el estricto orden de un lugar en donde humanamente se intentaba suplir algo que lamentablemente es insustituible, el amor, los cuidados, la protección de una familia, que pueda estar ahí de forma incondicional.
Además de esta experiencia, me tocó en otro momento, organizar un ejercicio de participación ciudadana en donde a niñas y niños pequeños, que viven albergados, se les preguntó ¿qué era lo que más anhelaban? la respuesta mayoritaria fue brutal y conmovedora. Dijeron que querían a una familia. No pidieron espacios más grandes para correr, o juguetes, o quizás una cama más cómoda.
No, pidieron una familia. Por estas dos experiencias, que he intentado resumir en esta columna, es que me llena de emoción saber que el programa que emprendió el gobierno de Sonora, a través del DIF Sonora y la Procuraduría de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes, denominado “familias solidarias” haya arrancado desde mayo de 2019, que existan cinco niños y niñas ya en acogimiento familiar; y que hace poco podamos haber sido testigos a través de las noticias y las redes sociales, del primer bebé que fue entregado directamente a una familia sin pisar un albergue, sin llegar a ser institucionalizado.
La figura legal de las “familias de acogida” las establece claramente la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, es una manera de garantizar sus derechos y todo esto es en apego a estándares internacionales, sobre todo en atención al interés superior de NNA.
El tiempo que pueden permanecer las NNA en acogimiento familiar varía, depende de su situación particular, en algunas ocasiones es por corto, mediano o largo plazo, o bien, por un plazo permanente, por ejemplo, en el caso de adolescentes en donde se han agotado las posibilidades de reunificación familiar y/o de adopción, y una familia de acogida pudiera apoyarles en su proyecto de vida independiente.
Ojalá, verdaderamente que esta política pública que tanto bien le hace a las NNA continúe y se replique en todo el país y más allá. ¡Enhorabuena!