por: Carmen Munguía
Si algo inunda a las redes sociales de forma intermitente, son imágenes de personas desaparecidas, mujeres, niñas, niños, jóvenes, que de un momento a otro pareciera que se los tragó la tierra. Sus familiares los buscan, a todos y todas, de forma desesperada; viven un infierno de dolor, el sufrimiento es continúo. La angustia que se prolonga es el factor común en el caso de las desapariciones. En México, Karina Ansolabere, investigadora principal del Observatorio sobre desaparición e impunidad en México, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, se ha referido al problema específicamente como una crisis en materia de desapariciones y según las cifras más recientes que ha compartido Ansolabere, al 23 de septiembre de 2020, en el país, más de 74 mil 064 personas se encuentran desaparecidas. Pero aunque no todas las desapariciones son desapariciones forzadas, el problema está ahí, es tangible para toda una sociedad que observa, que inevitablemente se entera de una tragedia más que tiene lugar en México, de madres y otros familiares apelando a la solidaridad, solicitando picos y palas para continuar la búsqueda de sus seres queridos, cavando, encontrado fosas clandestinas, yendo a reconocer cadáveres, viviendo en carne propia una película de terror. Los nombres de personas desaparecidas nos rebasan, andar por el país nos pone nerviosos. Sabemos que la justicia no alcanza a todas las víctimas. En 2013, el poeta y activista Javier Sicilia, pronunciaba en 2013 un discurso en el marco de la promulgación de la Ley General de Atención a Víctimas que impulsó sin descanso, leía un poema de Mario Benedetti en alusión a las personas desaparecidas. Desde entonces, en dicha Ley se especifica el derecho de las víctimas a la verdad y a la justicia.
Y es que es imposible e inhumano poder vivir sin saber dónde están; es deber del estado mexicano buscarles, encontrarles, dar con las personas responsables, hacer valer el estado de derecho, darle sentido a tratados internacionales, a nuestras leyes, a nuestra Constitución, garantizar derechos a la ciudadanía, es decir, que las personas los puedan vivir, que sean parte de sus vidas. En este sentido, estamos hablando no de privilegios, sino de bienes básicos, de derechos humanos. Pero hay algo que debemos tener claro, hablar de desapariciones de personas desafortunadamente no es algo novedoso, en el sistema interamericano de derechos humanos, México tiene en su récord, una serie de sentencias internacionales emitidas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por violaciones graves a derechos humanos, entre ellas destacan algunas precisamente por desapariciones forzadas. Quizás la más emblemática sea la de Rosendo Radilla Pacheco de 2009, aunque también podría mencionarse la sentencia Alvarado Espinoza y otros Vs. México de 2018, en donde se responsabilizó al estado mexicano por tres desapariciones forzadas.
Valdría la pena recordar también, aunque no se trató de desapariciones forzadas, el caso Campo Algodonero, toda vez que también implica desapariciones, el caso se refiere a la responsabilidad internacional del Estado por la falta de diligencia en las investigaciones relacionadas a la desaparición y muerte de Claudia Ivette Gonzáles, Esmeralda Herrera Monreal y Laura Berenice Ramos Monárrez. Es importante poner este asunto sobre la mesa, porque no es de relevancia menor, el asunto adquiere día a día dimensiones colosales precisamente porque no para, justamente porque no hay justicia para las víctimas. Definitivamente es urgente alzar la voz por las víctimas, por todas estas mujeres, niñas y niños, jóvenes, que como dice el poema de Mario Benedetti, “están en algún sitio, concertados, desconcertados, sordos, buscándose, buscándonos, bloqueados por los signos y las dudas, contemplando las verjas de las plazas, los timbres de las puertas, las viejas azoteas, ordenando sus sueños, sus olvidos, quizá convalecientes de su muerte privada (…) cuando empezaron a desaparecer, hace tres, cinco, siete ceremonias, a desaparecer como sin sangre, como sin rostro, y sin motivo, vieron por la ventana de su ausencia lo que quedaba atrás, ese andamiaje de abrazos cielo y humo (…) están en algún sitio, nube o tumba, están en algún sitio, estoy seguro, allá en el sur del alma, es posible que hayan extraviado la brújula y hoy, vaguen preguntando, preguntando, ¿dónde carajo queda el buen amor? porque vienen del odio.