Grupo Metrópoli

El pecado capital de la soberbia

El pecado capital de la soberbia

Por: Eusebio Ruiz Ruiz.

Los pecados capitales no quedan encerrados en los campos de la religión, la teología y la moral, se mezclan en otras esferas como la historia, la economía, el trabajo, la sociedad, la educación, la justicia, el comercio, la política, la vida conyugal y familiar, etc.

Los 7 pecados capitales son desviaciones de la conducta humana y serios obstáculos para una apropiada convivencia entre las personas, se presentan en el diario vivir, son una amenaza destructiva siempre presente, vicios que debilitan a cualquier grupo social, defectos que hacen realidad la frase del filósofo inglés Thomas Hobbes: “El hombre es el lobo del hombre”.

La teología moral llama pecados capitales a aquellos que encabezan a otros. Son: Soberbia, envidia, pereza, avaricia, ira, gula y lujuria, la lista de estas 7 faltas se le atribuye al Papa San Gregorio Magno (540-604), el orden en el que aparecen es obra del filósofo y teólogo Santo Tomás de Aquino (1225-1274).  Ambos religiosos tuvieron sus razones, uno para afirmar que eran 7 y otro para darles ese orden. Nuestro comentario es solamente en relación con la soberbia.

Primordial en nuestra vida es amarnos a nosotros mismos, de esto no hay duda, la psicología así lo sostiene y es también parte de un mandato evangélico (Mc 12, 31; Mt 22, 39). En la medida que nos amemos a nosotros mismos, amaremos a los demás, a la Patria, a Dios, a la vida y a la naturaleza. El problema se presenta cuando en lugar de amarnos a nosotros mismos se exalta demasiado nuestro ego, acarreando males como el narcisismo, el autoritarismo, la arrogancia, el racismo, los delirios de grandeza, la enfermedad del poder, la falsa humildad, la terquedad, el egocentrismo, entre otros trastornos.

El soberbio no se ama, se autodestruye; la soberbia es el resultado de una imagen pobre de sí mismo, es la consecuencia de un vacío tormentoso que pretende llenarse con presunción, vanagloria y aplausos.

Una persona soberbia desprecia a los demás por creerse superior, se siente el más listo, quiere que todas las cosas se hagan a su manera, piensa que todo lo merece, sólo le gusta hablar de él, disminuye a los demás, no puede reconocer los aciertos del otro, no respeta a las personas, ignora las leyes y los acuerdos, se ve como el más valioso, considera que todo lo hace bien, desea siempre ser reconocido y admirado, goza con el sometimiento de los demás, está convencido de que es perfecto, nunca reconoce errores ni pide disculpas, muchas veces practica la falsa humildad, siendo ésta un disfraz muy refinado de la soberbia.

San Agustín de Hipona (354-430) decía: “La soberbia no es grandeza sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano”; muy clara la afirmación del filósofo de la patrística.

La enseñanza cristiana dice que la humildad neutraliza y combate a la soberbia. Dicha virtud no es debilidad, es fortaleza; no es pequeñez, es grandeza; no es pobreza, es riqueza; es la insignia de la sabiduría.

La humildad nos permite conocer y tomar conciencia de las características positivas y negativas que tenemos, evitando complejos de superioridad y de inferioridad. “El humilde no pisotea ni se deja pisotear. Una persona humilde no pretende estar por encima ni por debajo de nadie, sino que sabe que todos somos iguales…, ser humilde no implica dejarse humillar” (J. Gabiña).

El amor a nosotros mismos y la humildad caminan unidos; la soberbia y egoísmo también.

Una historia de Khalil Gibrán nos ilustra sobre este tema:

Desde la campiña llegó a la feria una muchacha muy bonita. En su rostro había un lirio y una rosa. Había ocaso en su cabello, y el amanecer sonreía en sus labios.

Ni bien la hermosa extranjera apareció ante sus ojos, los jóvenes se asomaron y la rodearon. Uno deseaba bailar con ella, y otro quería partir un pastel en su honor. Y todos deseaban besar su mejilla. Después de todo, ¿no se trataba acaso de una bella feria?

Mas la chica se sorprendió y asustó, y pensó mal de los jóvenes. Los reprendió y encima golpeó en la cara a uno o dos de ellos. Luego huyó.

En el camino a casa, aquella tarde, decía en su corazón: “Estoy disgustada. ¡Qué groseros y mal educados son estos hombres! Sobrepasan toda paciencia”.

Y pasó un año, durante el cual la hermosa muchacha pensó mucho en ferias y hombres. Entonces regresó a la feria con el lirio y la rosa en el rostro, el ocaso en su cabello y la sonrisa del amanecer en sus labios.

Pero ahora los jóvenes, viéndola, le dieron la espalda. Y permaneció todo el día ignorada y sola.

Y, al atardecer, mientras marchaba camino a su casa, lloraba en su corazón: “Estoy disgustada. ¡Qué groseros y mal educados son estos hombres! Sobrepasan toda paciencia”.

¡Ni modo, eso le pasó por soberbia!

La soberbia es autodestrucción psicológica

Madurez, equilibrio, paz, serenidad y felicidad son algunas consecuencias de la práctica de la humildad.

Salir de la versión móvil