por: Carmen Lucía Munguía
Una vez conocí a uno de los hombres más ricos del mundo, al hijo de Warren Buffett. La cita fue en un viejo hotel ubicado en Arizona, justamente al que mis papás nos llevaban a mi hermana gemela y a mí cuando éramos niñas. Curiosamente, yo sabía que se trataba de un hombre adinerado al que intuí, convendría solicitar apoyo para una causa justa, pero nada más.
Quizás, si hubiera sabido quién era Howard Buffett los nervios me hubieran traicionado en esa reunión, a la que por cierto, entramos sólo las personas necesarias, porque él así lo pidió, nada de gente con cámaras y demás miembros del equipo. Eso sí, una hora antes o incluso, quizás con más anticipación, yo ya me encontraba en el salón, a solas, preparando mi exposición en inglés.
La noche anterior me había esmerado en escuchar canciones también en inglés para refrescarme el idioma y que las cosas fluyeran de la mejor manera. Durante la exposición, lejos de cuestionar por estadísticas, por números… lo único en lo que quiso indagar el señor Howard Buffett, fueron los nombres de las personas que aparecían en una de las láminas de la presentación power point. Se trataba de una familia del sur del país, que acudió al albergue “Camino a Casa” en Nogales, para recoger a su hijo y que yo había atendido; por tanto, tenía muy presente su historia, nombres y demás pormenores.
La donación millonaria se pactó ese mismo día, el señor Buffett escribió su correo electrónico en una servilleta de papel e instruyó que por ese medio se le contactara. La verdad es que si reviso mi círculo de amistades, está por demás decir que las probabilidades que pudiera encontrar para conocer a personas como Howard Buffett no son mínimas, sino más bien nulas.
De esa reunión en la frontera, siempre recordaré el pelo escaso y despeinado de este personaje, su camiseta negra, un tanto descolorida, de cuello redondo, es decir, la sencillez, pero sobre todo, hay dos aspectos que me parecieron entrañables, en su entrada por la puerta del hotel, lo primero que hizo el señor Buffett fue disculparse por no hablar español, dijo que muchas personas hablaban varios idiomas, pero que no era su caso, y ciertamente, yo sí lo noté apenado al respecto.
También, en privado habló, quizás, hasta pudiéramos decir que un tanto insistente, de El Salvador, de lo mal que marchaban las cosas por allá, del hambre que se padece en el mundo, de agricultura. Más tarde que temprano descubrí quién era la persona con la que nos reunimos, hijo nada más y nada menos que del tercer hombre más rico del mundo.
Es principalmente, gracias a esta persona, además de la voluntad y astucia política de la Ejecutiva Estatal y de la Directora de Sistema DIF Sonora, que en Hermosillo, Sonora, se construyó y funciona actualmente el albergue “Tin Otoch” para niñas, niños y adolescentes originarios de países como Honduras, Guatemala, El Salvador y otros países muy lejanos, que vienen huyendo e intentan llegar a Estados Unidos, pero que son detenidos en el estado de Sonora por autoridades migratorias.
“Tin Otoch” ha sido reconocido en Bangkok, por la Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, pero esto no es por la cantidad de dinero invertido, es por el proyecto en sí, que funciona con procedimientos, en donde el trato que recibe la niñez es en respeto a sus derechos y no revictimizándoles. Historias increíbles como ésta, bien merecen compartirse.