EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ
¡…CALLADITA TODO SE ARREGLA!
Por Ramón Durón Ruiz
Hay historias en el mundo que se entrecruzan, como la de Jean Valjean, el héroe de Los Miserables, la novela de Víctor Hugo y el cuento Zen del ladrón salteador de caminos que no temía al Rey. “Resulta que en un templo perdido en el bosque, vivía un monje conocido por su gran sabiduría, llamado Shichiri Kojun. Cierta noche, el santo varón estaba solo, recitaba sutras a los pies de una estatua de Buda, de pronto, la puerta del templo se abrió violentamente. Un hombre de aspecto terrorífico, toscamente vestido, irrumpió en la sala de oraciones. Pone en el cuello de Shichiri su larga y afilada espada:
–– ¡Monje! –vocifera–, ¡dame el dinero de la ofrendas o te corto la cabeza. El monje no estremeció ni un músculo de su rostro.
––Toma el dinero que hay en el vaso de las ofrendas –dijo–, y no interrumpas mis oraciones.
El ladrón empezó a llenarse los bolsillos. Con las prisas hacía sonar las monedas, y a veces se le escapaba un juramento cuando una de ellas rodaba por el suelo.
Al cabo de un momento, sin volver la cabeza, el monje le dijo:
––No te lleves todo el dinero, que mañana por la mañana tengo que pagar el impuesto del templo.
El ladrón, impresionado por la firmeza de la voz y la sangre fría, imperturbable del monje, dejó a regañadientes un poco de dinero en el fondo del vaso de las ofrendas.
Ya se iba con su botín cuando el moje volvió a decir:
––Cuando se recibe un regalo hay que dar las gracias. ¡Hazlo!
El ladrón, subyugado, murmuró vagamente unas palabras de agradecimiento y partió rápidamente. Un año más tarde, el asaltante fue detenido. Entre otras fechorías, confesó el robo cometido en el templo, delito que se castigaba con la muerte. El monje fue llamado a declarar y al ser confrontado con el salteador dijo:
––Yo, Shichiri, declaro que este hombre no profanó el templo, yo le di una gran parte del dinero de las ofrendas y él me dio las gracias; todo está en orden.
El ladrón fue condenado a tan sólo cinco años de prisión. Cuando le pusieron en libertad fue a ver al monje, convirtiéndose en su fiel discípulo”1
En la vida te pueden robar muchas cosas menos tú propio ser, tu valía interior, cuando tu autoestima esté por las nubes nada te detendrá, esta vida es para los que creen en sí mismos: si no te apruebas tú mismo. ¿Quién te va a aprobar? Si no te interesas por lo que haces, ¿a quién habrá de interesarle? Si no confías en tus propias decisiones, ¿quién habrá de confiar en ellas? Si aún no aprendes el verbo comprender, ¿cómo pretendes conjugar el verbo amar? Si nunca te decides a partir, ¿por qué ansias tanto llegar? Si oscilas entre el pasado y el futuro, ¿cómo puedes disfrutar el presente? Si persistes vivir en el ayer, ¿cómo no haz de temer al mañana?
Éste es el momento en que debes abrazarte a ti mismo, trabajar con fe en tu vida para que te encuentres con la tarea a la que viniste a este mundo: triunfar y ser feliz.
Resulta que llega Simpliana con el Filósofo toda moreteada y con hartos golpes en la cara, el viejo campesino de Güémez, sorprendido le pregunta:
–– ¿Pero qué te pasa, por qué vienes así?
–– Es que cada que El Tonino, mi marido, ve con sus amigos los partidos de futbol, llega borracho a la casa y me golpea hasta dejarme así, quiero que me des un remedio.
El Filósofo guarda silencio por un momento y le dice:
–– Con el remedio que te doy ya no te golpeará más tu viejo, antes de que tu esposo entre a tu casa borracho, ten preparado un té de manzanilla y comienza a hacer gárgaras, gárgaras y más gárgaras sin parar, no pares por ningún motivo.
Simpliana se va convencida de la efectividad del remedio. A las dos semanas regresa con el Filósofo sin un golpe en la cara, contenta, feliz y agradecida con el viejo campesino por tan maravillosa cura.
El Filósofo la recorre con la vista de arriba a abajo y sonriendo le dice:
–– Ya ves Simpliana, cuando llega tu viejo y ¡te quedas calladita… todo se arregla!
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