por: Carmen Munguía
Leo en el New York Times sobre el caos y la violencia en el aeropuerto de Kabul, mientras Estados Unidos abandona Afganistán, el relato es crédito de la periodista británica Carlotta Gall, quien cubrió las réplicas de la Primavera Árabe desde Túnez e informó desde los Balcanes durante la guerra de Kosovo y Serbia, también cubrió Afganistán y Pakistán.
En el primer párrafo, la periodista confirma los hechos, las imágenes y videos terribles que circulan en la red, en donde miles de personas, mujeres, niñas, niños, familias afganas intentan huir desesperadamente, colgándose de las alas de los mismos aviones en el aeropuerto de Kabul. Algunos murieron aplastados, otros cayeron al vacío, corrobora Gall.
En la noticia, se puede encontrar igualmente la postura del Presidente Joe Biden y su promesa de rescatar a estadounidenses en los próximos días y también a personas afganas que colaboraron con el gobierno estadounidense.
Empero, me parece que más allá de si el gobierno estadounidense actúa correcta o incorrectamente con la retirada de sus soldados, de la toma violenta del poder por parte de los talibanes en Afganistán; lo que estremece al mundo es ver el terror que está viviendo la población civil allá mismo en estos momentos, porque sin importar qué tan lejos se ubique nuestro país de aquel, qué tan distinta pueda ser su cultura de la nuestra, lo que vemos son a personas aterradas ante un régimen que no respeta de ninguna manera los derechos de niñas y mujeres.
La misma Malala Yousafzai, quien sufrió un disparo en la cabeza por un talibán en 2012, siendo apenas una adolescente de 15 años, cuando defendía el derecho de las niñas de ir a la escuela, de aprender. Ahora, una joven activista de veinticuatro años, ganadora del premio Nivel de la Paz, pide a los países que abran sus fronteras a los refugiados afganos, en estos momentos en los cuales el país es tomado por talibanes.
En un mundo como el de este siglo, en donde en nuestro lenguaje cotidiano hablamos con naturalidad de paridad, igualdad sustantiva, acciones afirmativas, empoderamiento de niñas y mujeres, de libertad; en donde hablamos de derechos humanos, después de haber padecido dos guerras mundiales, no podemos ser tan cobardes y egoístas como para ignorar la dramática situación en la que están quedando miles de niñas y mujeres en Afganistán, precisamente es en estas crisis humanitarias que los derechos humanos cobran especial sentido, porque nos recuerdan precisamente su origen, su objetivo, mantener la paz y estabilidad en el mundo.
Indigna terriblemente tener conciencia que, bajo el régimen talibán, las mujeres tengan que forzosamente cubrirse la cabeza y el cuerpo entero, que sean lapidadas, que les amputan los dedos si se pintan las uñas, que no puedan trabajar ni salir solas a las calles sin ser acompañadas por un hombre, que no se les permita ir a la escuela, por supuesto, porque contra lo que se atenta es contra la misma dignidad humana, contra la libertad.
Proteger a la población civil en Afganistán no es en absoluto una moneda que se deba dejar al aire, o un asunto ajeno a las naciones del mundo, se debe de protegerles, especialmente a los grupos que se encuentran en mayor riesgo como las niñas y mujeres, ellas deben de ser defendidas por los países del mundo, en un espíritu de congruencia y hermandad.