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El valor del cuerpo

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El valor del cuerpo

Por: Eusebio Ruiz Ruiz.

La obesidad es el principal problema de salud en México, en obesidad infantil le vamos ganando a todos los países, en obesidad de adultos ocupamos el segundo lugar. Estos “brillantes logros” se deben, en buena parte, a que los bebés reciben su coquita en el biberón, en lugar de leche materna o de leche de fórmula.

Ya sabemos que el sobrepeso y la obesidad acarrean gravísimos problemas en la salud.

Agréguele el alto consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, además de sus consecuencias.

Lo anterior habla del poco aprecio por nuestro cuerpo.

Llevamos prisa en perder la salud.

Pareciera que amamos la enfermedad.

Aceleramos para dejar de ser productivos.

Preferimos ser una carga familiar y social.

Vamos en una loca carrera al encuentro con nuestra muerte.

¡Cuánto afán por enfermarse y morir antes de tiempo!

Si tomáramos conciencia de la importancia y el valor que tiene el cuerpo no andaríamos cargando con tantas enfermedades, fuéramos un país de gente sana.

En la muy criticada escuela tradicional aprendí que el ser humano tiene deberes para consigo mismo, éstos son en relación con el cuerpo y en relación con el alma.

Solo hablaré de los deberes con nuestro cuerpo, el lector juzgará si este tipo de enseñanzas hacen falta en los tiempos actuales o si salen sobrando.

El cuerpo no es sólo una corteza, un montón de células, tejidos, litros de sangre o sistemas desempeñando una función, es mucho más que eso, cada uno de sus elementos integran a un ser pensante, libre, único, irrepetible, con fines específicos, temporales y trascendentes.

El cuerpo es parte esencial en nosotros, no podemos prescindir de él, no se puede pensar en un ser humano sin cuerpo, sirve para conocer y darnos a conocer, relacionarnos, expresarnos, sentir, hacer, nos permite estar en un lugar y en el tiempo, manifiesta lo que hay en nuestro interior, hace visible lo que está oculto en el interior de nosotros mismos, es nuestro existir. 

Por ser sustancial  -el cuerpo-  no debemos menospreciarlo, abandonarlo, maltratarlo; al contrario, tenemos el deber de cuidarlo y darle la importancia que tiene, esto es una forma de valorarnos y demostrarnos el respeto a nosotros mismos. 

Tenemos como deber conservarlo y desarrollarlo, tanto cuanto sea necesario, en virtud de que es en donde estamos ubicados, además es el que nos permite llevar a cabo actividades ordinarias y extraordinarias.

Conservar la vida y la salud física son deberes que cada ser humano tiene con su propio cuerpo.

La vida es un don recibido, se nos transmitió, no empezamos a existir a partir de la nada, desde el primer momento de nuestra historia nuestros padres y otras personas, directa o indirectamente, con o sin conocimiento,  intervinieron para que pudiéramos seguir viviendo, le debemos la vida a otros, por eso no podemos afirmar que seamos dueños absolutos de nuestra vida y que podamos hacer con ella lo que queramos, por esta razón carece de validez y de fuerza el falso argumento de que con nuestro cuerpo podemos hacer lo que nos venga en gana.

Usted y yo tenemos vida porque otros tienen (o tuvieron) la capacidad de habérnosla  transmitido, cuidaron de ella y quizás hasta la defendieron.

Además de que la vida es un don, un regalo que otros nos dieron; de la misma manera es el primer bien natural que el ser humano recibe, es la base y condición de todos los demás bienes, derechos y obligaciones.

No solo se trata de vivir, se debe saber vivir, tener calidad de vida, tener vida saludable y tenerla en abundancia.

La vida y la salud debemos apreciarlas, protegerlas, vigorizarlas y defenderlas, son riquezas a nuestro servicio, nos permiten estar en las condiciones adecuadas para realizar nuestras actividades,  son un capital social que interesa a la familia, a la patria y a cualquier colectividad de la que formemos parte.

Vida y salud corporal son valiosísimas como para dañarlas intencionalmente o ponerlas en riesgo por puro gusto o pasión; al ocasionar un daño a estas riquezas se violentan los deberes para consigo mismo, para con la sociedad y para con los que nos trasmitieron y donaron la vida, esto es así porque el bienestar del cuerpo no solo beneficia al individuo, sino a todos con los que se relaciona.

El instinto de conservación, la búsqueda del bienestar y de la felicidad nos lleva a vigorizar y mantener en buen estado el cuerpo, para esto es indispensable la higiene, el ejercicio, la práctica de virtudes como la templanza, la estudiosidad y la laboriosidad, dormir y descansar lo necesario, prevenir y curar las enfermedades, evitar los hábitos dañinos en la alimentación, escaparse del peligroso sedentarismo, huir de la pereza, de los vicios y de cualquier exceso perjudicial.

Cuando se respeta el cuerpo y se aprecia la vida y la salud andamos muy lejos de las bebidas alcohólicas, de los refrescos gaseosos y azucarados, de los alimentos ultraprocesados, del cigarro, de la droga, de la sopa instantánea,  de la comida chatarra que lleva a tener cuerpos chatarras, de la comida y bebida callejera y antihigiénica, del suicidio y de las mutilaciones intencionales, de agujerar el cuerpo o de utilizarlo como cuaderno de dibujo o como pared destinada al grafitis, de rendirle culto a lo físico o despreciarlo, de las cirugías vanidosas e innecesarias, de querer cambiar el cuerpo para ser algo que no es, etc.

En nosotros se han depositado dos tesoros: vida y salud, su valor es incalculable, no podemos ser tan torpes como para perderlos o arriesgarlos por simples caprichos, novedades, exhibicionismos, ridiculeces, flojera, abandono, placeres dañinos, modas nocivas o por lo que se nos presenta como modelo de belleza.

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