Una cucharadita de filosofía para la vida
Por: Eusebio Ruiz Ruiz.
La historia de la filosofía nos cuenta que Diógenes de Sínope (c. 405 a. C. – 323 a.C.) se encontraba sentado, en el cruce de dos caminos, veía como las personas se tropezaban con una piedra, la miraban, se enojaban, la maldecían, pero nadie se molestaba en quitarla, mientras que el filósofo griego se reía.
Uno de sus discípulos le preguntó: ¿De qué te ríes maestro?
Al menos 30 personas se han tropezado con aquella piedra, ninguna la ha quitado –respondió Diógenes-.
Acto seguido se puso de pie y apartó la piedra del camino.
La anécdota de Diógenes nos puede dejar la siguiente enseñanza: Los obstáculos en el camino de la vida no nos deben de llevar a la queja, sino a realizar acciones concretas para cambiar lo que estorba en el avance personal y de los demás.
Otro caso es el de los siete sabios de Grecia. Los filósofos griegos resumían sus reflexiones en sentencias muy cortas, sus máximas son luces claras para la vida, aprendamos de lo que dejaron los antiguos:
La moderación es lo mejor (Cleóbulo de Lindos).
Aceptar la injusticia no es una virtud, sino todo lo contrario (Cleóbulo de Lindos).
Nada en exceso (Solón de Atenas).
No tengas prisa en buscar nuevos amigos, pero una vez encontrados no tengas prisa en deshacerte de ellos (Solón de Atenas).
La palabra es el espejo de la acción (Solón de Atenas).
No desees lo imposible (Quilón de Esparta).
El saber es la única propiedad que no puede perderse (Bías de Priene).
Conócete a ti mismo (Tales de Mileto).
Muchas palabras nunca indican sabiduría (Tales de Mileto).
Debes saber escoger la oportunidad (Pítaco de Mitilene).
Sé previsor con todas las cosas (Periandro de Corinto).
Epicteto (c. 50 – c. 125), filósofo griego, de la escuela estoica, enseñaba: “Así como existe un arte de bien hablar, existe también el arte de bien escuchar”.
Escuchar implica disposición, silencio, atención. ¡Cuánta falta hace esto!
En los albores de la época moderna aparecen Pierre Gassendi (1592 – 1655) y René Descartes (1596 – 1650), dos filósofos franceses que tuvieron intercambio epistolar. El primero se caracteriza por ser epicúreo y el segundo por ser racionalista.
En relación con el ser humano, Gassendi tiene un gran aprecio por la parte corporal, mientras que Descartes valoriza más la parte espiritual.
Descartes es de la idea que el espíritu está por encima de la carne y dice que Gassendi “tiene el espíritu nublado por los sentidos”.
Resulta que Gassendi, en tono de broma, se dirigió a Descartes con el saludo: “¡Oh alma!”. Y Descartes le contestó: “¡Oh carne!”.
¡Cuidado!
En la actualidad puede pasar lo mismo, unos viven solo preocupados por su cuerpo y desvalorizan lo espiritual, otros se sienten muy espirituales y desprecian su parte material.
Cuerpo y alma tienen la misma importancia, ambos deben valorizarse por igual, ninguno debe ser despreciado, ni somos seres puramente materiales ni somos ángeles, somos seres humanos.
El teólogo e integrante de varias academias científicas de Europa, Joseph Aloisius Ratzinger afirma: “El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima. Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza… Ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo”.
El filósofo mexicano Antonio Caso (1883-1946), miembro del Ateneo de la Juventud, en su obra “La existencia como economía, como desinterés y como caridad”, escribía a los jóvenes de su época: La caridad es donación suprema de sí mismo… Vayan y realicen actos de caridad, consuman su vida en actos amorosos. Esto fue lo que Caso proponía a la juventud de la primera mitad del siglo XX, ideal-consejo no solo para ser practicado por los jóvenes, sino por todas las personas de todos los tiempos.
Simone de Beauvoir (1908 – 1986), escritora y filósofa existencialista atea, comenta en su autobiografía que gradualmente se fue alejando de la fe que le trasmitió su madre, hasta que llegó el día, a la edad de 14 años, en que se asomó por la ventana para decir que Dios no existía, ya no creía en él.
En el libro “Muéstrame tu rostro”, Ignacio Larrañaga cita el comentario que la filósofa hizo varias décadas después: “al suprimir a Dios nos hemos quedado sin el único interlocutor que realmente valía la pena”.